Cuando Romina De Antueno se enteró de que muchos implantes de la marca francesa PIP habían sido adulterados y rellenados con silicona industrial, se descompuso. Miles de mujeres en el mundo volvieron al quirófano para sacárselos y demandaron a la empresa, pero ella no pudo. Ahora, 13 años después, se unió a una campaña llamada “Aún estás a tiempo” para ser parte de una nueva mega demanda internacional

Fue una mañana de 2010, Romina tenía el televisor encendido de fondo cuando escuchó la noticia. La máxima autoridad sanitaria de Francia había emitido una alerta mundial: tras una serie de denuncias, había confirmado que una empresa llamada PIP (Poly Implant Prothèse) llevaba una década rellenando sus implantes mamarios con silicona industrial, es decir, un producto 90% más barato que la silicona de uso médico y no apto para ser usado en humanos.



La investigación se había iniciado porque habían detectado un aumento inusual del número de roturas en esa marca de implantes. En muchos casos, además, la silicona se había filtrado, migrado por el cuerpo de esas mujeres y provocado inflamación de los ganglios, infecciones, fiebre crónica, incluso embolias. Al año siguiente, de hecho, murió por cáncer de mama una mujer de 53 años con antecedentes de rotura de prótesis PIP.

“Estaba escuchando las noticias y me descompuse. Me bajó la presión, empecé a transpirar frío, me temblaba todo el cuerpo”, cuenta a Infobae Romina De Antueno, que en ese entonces estaba cursando el profesorado de danzas árabes y todavía creía que iba a poder dedicar su vida a ser bailarina profesional.



Estudiaba el profesorado de danzas árabesEstudiaba el profesorado de danzas árabes

Romina se agarró de una silla, alcanzó a sentarse. No necesitaba ir a buscar el sticker porque lo había preguntado expresamente: los implantes mamarios que se había colocado dos años antes, cuando todavía tenía 24 años, eran de esa marca.

En los medios del mundo hablaban de la adulteración de al menos 1.000.000 de prótesis mamarias fabricadas entre 2001 y 2010 por la empresa PIP. Así que, desde entonces, miles de mujeres decidieron volver a entrar al quirófano (aún quienes no las tenían rotas): algunas se explantaron y no se pusieron nada, otras reemplazaron las PIP por prótesis de otras marcas.

Pero Romina no pudo, y no sólo porque la noticia la dejó paralizada: “No tenía plata para volver a operarme ni estaba en condiciones psicológicas de volver a entrar a un quirófano”, cuenta ahora desde Mar Chiquita, donde vive.

Pasaron 13 años de aquella mañana de espaldas al televisor y todavía las tiene, lo que le provocó un impacto psicológico devastador. Ahora, sin embargo, acaba de unirse a una campaña llamada “Aún estás a tiempo”: un llamado a las argentinas afectadas a sumarse a una nueva mega demanda internacional para buscar reparación económica.

Sos fea

“¿Por qué me operé?”, pregunta en voz alta Romina, y cuando toma aire para empezar a responder se nota que no hubo una sola razón.

“Crecí con una hermana que siempre me decía que yo no iba a lograr nada porque era fea. Yo era chica, eso me lastimaba y siempre tuve ese complejo de sentirme fea, menos que el resto”, arranca ella, que ahora que es una mujer de 40 puede verlo con cierta distancia.

«Tuve ese complejo de sentirme fea», cuenta

En la adolescencia, Romina empezó a bailar danzas árabes. Aunque nadie se lo dijo explícitamente, su cuerpo tenía, digamos, “un problema”: pesaba 45 kilos, no sólo era flaquísima sino “chata”. Las bailarinas profesionales de ese estilo, en cambio, lucían corpiños de talles grandes, movían caderas con carne, se suponía que esa era la gracia.

“Aún hoy pasa, no seamos hipócritas. Por más lindo que yo bailara, frente a otra chica que bailara igual pero tuviera 120 de corpiño, obviamente contrataban a la otra”, sostiene.

Romina juntó el dinero y el 14 de febrero de 2008 entró al quirófano. “Me daba mucho miedo someterme a una cirugía estética pero las ganas de sentirme aceptada fueron más fuertes”, reconoce.

Un modelo de cuerpo ideal, además, bajaba desde los medios.

Durante sus años de bailarina

“Las chicas que estaban de moda eran Luciana Salazar, Karina Jelinek. Yo le pedí a la cirujana esa medida, quedar como ellas”. Romina salió entonces del quirófano con un cuerpo de 45 kilos y un corpiño talle 95 (no fue talle 100 porque tenía una espalda diminuta).

Cuando la cirujana plástica le habló de las PIP texturadas – “las mismas que ella se había puesto”- a Romina le pareció bien. Se las pusieron dos años antes de que estallara el escándalo mundial.

Aquella mañana de 2010, sin embargo, cuando escuchó la noticia, ya tenía ese cuerpo que había anhelado, pero su vida había dejado de ser la que era.

Era muy flaca y se había puestos prótesis talle 95

“Hacía muy poco habían matado a mi hermano. Fue un hecho muy traumático para mí, nos enteramos por televisión”, se rompe.

Carlos Nahuel De Antueno, su hermano, era policía y fue asesinado cuando intentó detener a dos delincuentes que estaban huyendo después de haber asaltado un comercio en Villa Crespo. Tenía 34 años y un hijo de 8. La imagen de la joven viuda y el nene en el entierro se instaló en los medios de todo el país.

“Así que cuando me enteré lo de las PIP yo estaba en pleno duelo, no estaba en condiciones de volver a entrar a un quirófano”, cuenta ella. “No fue dejadez ni que me las quise dejar por superficial, porque me importó más la belleza. No quise saber más nada, no pude”.

No todas las prótesis de esa marca estaban adulteradas, había sido un lote específico. La recomendación no era correr a sacárselas sino controlarlas, pero muchas se las sacaron igual, no quisieron convivir con la duda.

Tras el crimen de su hermano, Romina había quedado a cargo de su mamá y había dejado el profesorado. No tenía trabajo y una nueva operación estética costaba entre 3 y 4 mil dólares.

Me muero

«No fue dejadez, no pude hacerlo antes», cuenta hoy

No se pudo sacar las PIP pero seguir viviendo con esas prótesis le llevó puesta la salud mental.

“Tenía una sensación de muerte inminente. Me despertaba de noche sintiendo que me moría, todavía me pasa: me despierto ahogada gritando ‘me muero, me muero’”, se entristece. “Es también no saber qué me puede estar pasando, cómo puede repercutir en mi salud esto que todavía tengo adentro”.

Fue la muerte de Silvina Luna -“pero también su calvario”- la que reavivó todos los fantasmas. Fue así que el mes pasado finalmente tomó la decisión y fue al Hospital Alende, en Mar del Plata.

“El cirujano me dijo ‘es un veneno eso que tenés’, que sí hay riesgo de cáncer y de que la silicona migre y provoque otros daños. Es un hospital público así que quedé en lista de espera para sacármelos”.

«Es un veneno», le dijo el cirujano

El cirujano le advirtió que la piel iba a quedar muy estirada cuando le retirara los implantes pero la decisión está tomada: “No voy a volver a ponerme nada, definitivamente. Se me fueron las ganas de ser linda. Prefiero estar sana y sin tetas, que linda y enferma”.

A lo largo de todos estos años, se abrieron varios frentes legales. La Justicia comercial francesa condenó a TÜV Rheinland (la certificadora alemana que había hecho el control de calidad y asegurado que las PIP estaban perfectas) por los daños físicos y psicológicos causados a 1.500 usuarias. Les dieron una indemnización provisional de 3.000 euros a cada una. Al mismo tiempo, se abrió la posibilidad de que las mujeres afectadas en el extranjero pudieran reclamar.

En 2016, un tribunal penal de Marsella condenó al dueño de PIP -Jean Claude Mas- y a cuatro directivos de la firma a penas de prisión de hasta cuatro años por “fraude y engaño agravado”, y ordenó el pago de una indemnización a las víctimas. El dueño de PIP murió en 2019 así que cumplió una pena corta.

¿Qué hay de nuevo ahora? Como la certificadora TÜV sigue siendo una empresa líder con actividad en 60 países y una facturación de 2.500 millones de dólares anuales, los reclamos se dirigieron hacia ella. Y tras la demanda colectiva inicial se iniciaron otras.

En esa ventana de oportunidad nació una campaña llamada “Aún estás a tiempo”, creada por una abogada francesa -Déborah Gignoli Roilette, del estudio DGR- que vivió mucho tiempo en Argentina y representa a afectadas también de otros países.

Lo que buscan es que “las argentinas que tienen implantes PIP puedan unirse a una demanda internacional en Francia para recibir su compensación económica por ser víctimas de esta estafa y que puedan extraerse lo antes posible los implantes que tienen, y eventualmente, reemplazarlos por otros”, explicaron a Infobae desde la campaña.

Romina no se había sumado a ninguna demanda anterior porque no tenía dinero para pagar el patrocinio legal, pero se sumó a esta causa -resalta- porque no tuvo que pagar nada.

“Pasé todos estos años sin contarle a nadie esto que me pasaba”, se despide. “Ya está, no puedo seguir paralizada por miedo. Toda la vida tuve que dar explicaciones de por qué era flaca, de por qué no tenía tetas, dentro y fuera de la familia. Basta, no me importa cómo me quede: ahora voy por mi salud”.