Este viernes se conmemora el Holocausto judío durante la Segunda Guerra Mundial. Sara Rus sobrevivió a los horrores de Auschwitz y logró reestablecerse en Argentina, donde años después el gobierno militar le “desapareció” a su hijo.



«Yo disfruto todo lo que tengo en la vida», dice radiante Sara Rus. «Tengo que hacerlo con todo lo que yo he pasado», apunta.

Elegante, jovial, siempre con una sonrisa, esta mujer de 85 años irradia una alegría que contrasta con los horrores que ha vivido.



Sara Rus sobrevivió al Holocausto judío durante la Segunda Guerra Mundial, que este 27 de enero conmemora Naciones Unidas.

Perdió a su padre en Auschwitz, se enfrentó a oficiales alemanes y sobrevivió, robó comida para vivir, rescató casi milagrosamente a su debilitada madre, perdió a su padre y a dos hermanos, y tras el fin de la guerra huyó a Argentina (hoy en día el país con más judíos en la región) de contrabando cruzando la frontera con Paraguay.

Cuando logró establecer una nueva vida, tener los hijos que le habían dicho que no podía tener, y empezar a pasar la página, otra campaña de exterminio llegó a su existencia y se llevó «lo más soñado».

La represión que desató el gobierno militar argentino de fines de los años setenta y principios de los ochenta arrastró a su hijo, Daniel, quien en 1977 pasó a engrosar la lista de los 30.000 desaparecidos que se registraron en la época.

Su historia, dice, la cuenta a todo el que se lo pida. «Para que no se olvide jamás lo que hemos pasado», señaló a BBC Mundo.

Llegó la guerra

Sara tenía apenas 12 años cuando en 1939 estalló la Segunda Guerra Mundial. Era la hija única de una familia clase media judía en Lodz, Polonia.

La imagen que dice haber marcado el inicio del horror es el de su pequeño violín estallando en mil pedazos, a manos de un soldado alemán que formaba parte de un grupo que irrumpió en su hogar y cambió su vida para siempre.

De su cómodo apartamento, los tres fueron hacinados en un sólo ambiente en el que se fueron sumergiendo en la miseria. Las condiciones eran precarias y el alimento era escaso. Y la situación se empeoró, gracias a una alegría.

«Tenía años pidiendo un hermanito y pasó cuando estalló la guerra. En 1940 mi madre sale embarazada y tiene un bebé en el gueto. Pero no había mucha comida y la poca leche que había la repartían de a poco en largas filas. Yo iba a buscar, pero siendo una adolescente no me daban nada», señaló.

A los tres meses de nacido, su ansiado hermano menor murió de desnutrición.

Al año siguiente su madre volvió a quedar embarazada, pero ese bebé fue asesinado por las tropas alemanas al nacer.

Auschwitz, la muerte

Fueron casi tres años de pobreza extrema en el gueto de Lodz, donde quizás lo único bueno que le pasó fue haber conocido a Bernardo, el hombre que después sería su esposo y padre de sus hijos.

En medio de las penurias, y a sabiendas de que Sara tenía un familiar que antes de la guerra había huido a Buenos Aires, Bernardo le prometió a su enamorada que de sobrevivir a la guerra se encontrarían en la capital argentina el 5 de mayo de 1945. Una fecha clave en su vida, como se verá.

«La vida del gueto era terrible. No sólo por las condiciones sino porque todos los días estaban los alemanes seleccionando a personas para llevárselas a otro lado. Personas que no volvías a ver», dice.

En 1944 todos fueron llevados en un enorme operativo a la estación de tren donde «como animales» fueron transportados en extremo hacinamiento. El destino final: el ahora tristemente célebre campo de concentración de Auschwitz.

«Al bajarnos separan a los hombre de las mujeres. No me pude ni despedir de mi papá».

Nunca más lo vio.

Inmediatamente después la separaron de su madre. Se dice que en momentos desesperados las personas toman medidas desesperadas. Sara no fue la excepción. Decidió enfrentar lo que debió haber sido una muerte segura.

«Me salí de la fila y me acerqué en el medio de una plaza enorme al oficial alemán a cargo. Él me ve, asombrado, y me dice ‘¿cómo te atreves a venir ante mi?’. ‘Me separaste de mi madre’ le digo en alemán. ‘¿Cómo es que hablas alemán?’ se sorprendió. Le expliqué que yo y mis padres lo aprendimos en Lodz y de la nada me dice que busque a mi mamá y me quede con ella. La salvé».

Al grupo de mujeres las llevaban a una «revisión higiénica». En el lugar había carteles en alemán que decían «un piojo y te mueres».

Sara tenía el pelo casi hasta la cintura. La revisión de piojos se hizo mientras prácticamente contenía el aliento, tras haber vivido en la insalubridad de un gueto y un largo viaje en tren con decenas apretujándose, su existencia dependía de no alojar a un pequeño insecto.

Rescate

En Auschwitz Sara y su madre fueron sometidas a trabajo esclavo, mientras que a duras penas comían, lo que las debilitaba constantemente.

Meses después las trasladaron temporalmente a una fábrica de aviones, «donde no tenía fuerzas para levantar el taladro» y finalmente las llevaron al campo de concentración y exterminio de Mauthausen. Ya en el cielo veían batallas aéreas entre aviones alemanes y aliados. El fin de la guerra estaba cerca.

«Llegó un momento en que los alemanes empezaron a huir del lugar. Algunos nos decían que nos fuéramos con ellos ‘porque vienen los estadounidenses’. ¡Increíble!», dice.

Cuando finalmente llegaron las tropas estadounidenses, Sara pesaba 27 kilos y su madre 26. Eran la sombra de lo que habían sido.

«Los soldados nos veían y se ponían a llorar. Yo estuve tres meses mantenida con suero, porque no retenía el alimento. Había gente que cuando comió se murió, porque el organismo no podía», señaló.

«¿Sabes qué fecha era cuando nos rescatan? 5 de mayo de 1945. La fecha que Bernardo me había dicho para encontrarnos en Buenos Aires».

Exterminio II

Tras mudarse a varios sitios en Europa, finalmente Sara, su madre y Bernardo llegaron a Argentina.

Lo lograron de contrabando por Paraguay, porque el entonces gobierno de Juan Domingo Perón no aceptaba refugiados judíos.

En la ciudad norteña de Formosa, la policía los retuvo por algunas semanas, y Bernardo decidió escribirle -en polaco- a Eva Perón para que les permitiese llegar a Buenos Aires a encontrarse con la familia de Sara.

«Alguien le tiene que haber traducido la carta a Evita, porque al poco tiempo recibimos una respuesta positiva de ella y luego los permisos para quedarnos».

Sara se instaló como una nueva porteña, en una comunidad judía. Médicos en Alemania le habían dicho que no tendría nunca hijos por un accidente sufrido en los campos de concentración, pero en 1950 nació Daniel. Y cinco años después tuvo a Natalia.

Daniel estudió para ser físico nuclear y terminó trabajando en la Comisión Nacional de Energía Atómica.

Pero el 15 de julio de 1977, ya con el gobierno militar de Jorge Videla en el poder, y la subsecuente represión, a Daniel lo fueron a buscar.

Sara se enteró después de que lo metieron a él y otros jóvenes del organismo en una camioneta. El procedimiento es el mismo que sufrieron miles de otros argentinos: más nunca se supo de ellos.

«Yo no sabía que él estaba en política, pero seguramente pensaba diferente a las autoridades del momento. Él sí nos había dicho poco antes que un amigo suyo, Jorge, había desaparecido. Su padre (Bernardo) le insistió que se marchase del país, pero Daniel no quiso».

Mientras recuerda esos momentos pone la misma expresión de dolor que cuando recordó el Holocausto.

Sara desde entonces buscó activamente saber algo del paradero de su hijo. Nunca tuvo respuesta. Ella presume que fue llevado a la Escuela Superior de Mecánica de la Armada, donde unas 5.000 personas pasaron y que en su mayoría fueron asesinadas.

Durante su búsqueda terminó uniéndose a las Madres de Plaza de Mayo (de la rama Línea Fundadora) y hoy en día es una activa y laureada defensora de los derechos humanos.

Su asombrosa historia la cuenta entre lágrimas, dolor y sonrisas. Pese a lo que le tocó vivir es una mujer que transmite alegría hasta en los momentos más oscuros de su relato.

-¿Siente que es la víctima de dos «genocidios»?

-Como dice el título de mi libro, sobreviví dos veces.

Fuente: BBCmundo