No todos podemos ser millonarios, empero, nuestros hombres del campo, aquellos que hacen parir la tierra para garantizarnos los alimentos, sin dudas, llevan a cuesta un duro batallar, enfrentando a diario el trabajo fuerte, tesonero, sin importar las inclemencias del tiempo, siempre esperanzados en que sus cosechas, al menos, alcanzarían al pago de las deudas contraídas con el comercio, para así hacer más llevadero el harto difícil de producir sin el apoyo económico que arrastra la tarea de labrar la tierra.



 

Estos humildes campesinos, como la inmensa mayoría de los dominicanos, con la apocalíptica esperanza de que el fruto de sus esfuerzos mejore la calidad de vida que por años llevan, observan con impotencia como nuestra gavilla política, bancaria, eclesiástica, partidista, estatal, delictiva, etc, salta de manera increíble de un estado de penurias a una opulencia que sólo el robo, la prevaricación, el narcotráfico o la connivencia con éstos permite, en cambio, ellos, añosos laborando de sol a sol apenas pueden echarse una ración de alimento al día, en tanto, toda esta capilla de maulas lo hacen en finos restaurantes, convencidos de que sirvieron para que un fulano llegara al poder, lo que le da libertad de hacer provecho de la cosa del Estado para llevar la dolce vita que hoy exhiben. Sin embargo, los ejemplos de toda America del Sur, sus naciones hoy, son el resultado de todo lo que hoy observamos en materia de involución social.



Por Reynaldo Hernández Rosa