El Papa

 

Durante la tarde del Viernes Santo, Adalberto Torres fue hasta la parroquia San José del Talar, en el barrio porteño de Agronomía, para visitar el santuario de la Virgen Desatanudos, de la cual el papa Francisco es devoto. «Me crié en un colegio católico, pero estaba totalmente alejado de la Iglesia –reconoce–. La elección del Papa fue un disparador para volver. Incluso para el sacramento de la reconciliación. Él le da esperanza a mucha gente que estaba alejada… Y hoy nos volvemos a involucrar.»



Con el fervor que despierta el nuevo papa, los fieles no sólo duplican la asistencia a las parroquias sino que también se vuelcan a los confesionarios, formando filas como hacía mucho no se veía, admiten, sorprendidos, los propios sacerdotes.

Cuenta el padre Omar Di Marco, párroco de San José del Talar, que durante la celebración del último Domingo de Ramos había tanta gente en la fila –iba desde el confesionario hasta el sagrario– que tuvo que pedirle a un sacerdote que iba a concelebrar la misa que se sumase a confesar. 



«Ciertamente esto del Papa ha llamado a muchos a volver a la comunidad, gente que se había alejado por diferencias con la institución o por una mala experiencia con un cura. Gente que estaba alejada, que renueva las esperanzas. El otro día, por ejemplo, vino una señora a confesarse que me dijo que volvía después de mucho tiempo. Se arrepentía de haberse ido. Y yo le puse el ejemplo de la casa de uno: muchas veces uno no está de acuerdo con algo, pero no por eso se va», dice.

La confesión o reconciliación, que implica un encuentro cara a cara con el sacerdote a quien se le confiesan los pecados para obtener luego la absolución, es uno de los siete sacramentos de la Iglesia Católica. Según puede leerse en el capítulo 20 del Evangelio de San Juan, fue instituido por el propio Jesucristo cuando se apareció a sus apóstoles luego de la resurrección y les dijo que los pecados serían perdonados a quienes ellos se los perdonasen, y retenidos a quienes se los retuviesen.

Una anécdota que vivió unos años atrás un sacerdote que había viajado desde la Capital hasta Salta para participar por primera vez de la peregrinación al santuario de la Virgen del Cerro, sobre la ladera de uno de los Tres Cerritos, refleja la trascendencia que se le da a este sacramento dentro de la Iglesia. Ni durante la procesión ni en las celebraciones que se desarrollaron ahí observó él figuras en las nubes, ni percibió el olor a rosas o nardos que algunos peregrinos aseguraban haber experimentado. Para él, sin embargo, había ocurrido un milagro que nada tenía que ver con eso: se trataba de la cantidad de gente que se había acercado a confesarse durante ese fin de semana y, especialmente, el gran número de ellos que le confió que hacía años que no participaba de ese sacramento.

Fue en el año 2008 cuando el diario de la Santa Sede, L’Osservatore Romano, tomó nota de la crisis que atravesaba este sacramento dado que los fieles le restaban prioridad y se confesaban cada vez menos. ¿Las razones? Mucha gente directamente se había alejado de la fe y entre los fieles locales los motivos podían variar entre quienes preferían hacerlo solos u otros que no tenían claro qué cosas debían confesar.

«Reconciliación siempre es querer poner las cosas en regla. El que viene a confesarse se dispone a vivir lo que la Iglesia le enseña», sostiene el padre Di Marco. El sacerdote, también párroco en Santa Magdalena, ve en este repentino aluvión de confesiones dos movimientos: quien lo hace porque le pesa algo grave, con un dilema con su propia conciencia; y «esta nueva realidad de gente» que no va a confesar grandes pecados sino que lo hacen más como un gesto de quien vuelve a la comunidad.

¿Con qué criterios pueden los fieles discernir entonces qué deben confesar? El padre Javier Klajner, a cargo de la Vicaría de Jóvenes del Arzobispado de Buenos Aires, explica que existen tanto criterios objetivos como subjetivos: «Objetivamente los ejes son los mandamientos y todo aquello que se opone a las virtudes. El marco subjetivo lo da el entorno de cada uno y cómo se viven determinadas cosas. Lo cierto es que el pecado es la no respuesta al plan de Dios en mi vida. La idea de la reconciliación es ayudar a la persona a que vaya descubriendo cuáles son esas cosas que lo hirieron a sí mismo y a otros. En eso también la asiduidad en la confesión ayuda a tener una conciencia más fina para ir creciendo en lo que uno está mejor o peor».

¿Efervescencia pasajera?

El sociólogo especialista en religión Fortunato Mallimaci apunta que América latina vivió –incluida la Argentina– un amplio proceso de secularización y recompsosición religiosa que significó la pérdida del monopolio católico en el amplio, complejo y diversificado mercado de bienes de salvación donde el cristianismo es la expresión altamente mayoritaria. En ese contexto, afirma que creer que la elección de un papa argentino producirá una restauración de lo vivido hace décadas es una ilusión que desaparecerá como la actual efervescencia que hoy vivimos.

Por eso, propone recordar lo que se dice hoy y volver a analizarlo el próximo año. «La efervescencia mediática de un ‹‹boom de catolicismo›› necesaria para que otros actores den ‹‹otras batallas culturales, políticas, imaginarias y espirituales›› y donde los actores religiosos no controlan pero creen posible hacerlo, puede producir una rápida desmagización y una nueva pérdida de credibilidad en el actor institucional católico», sostiene Mallimaci.

«Es similar a la escarapela amarilla y blanca que usaron los represores y condenados por crímenes de lesa humanidad cuando el papa argentino fue elegido. No existe capacidad institucional para impedirlo ni acción institucional para cuestionar y rechazar ese acto ‹‹católico-militar››. Se dejan flotar significantes creyendo que se los puede, algún día, capitalizar o hacer olvidar. Es una opción posible aunque podemos suponer los resultados que se obtendrán en el largo plazo en un país donde las memorias son tan importantes como los hechos», agrega.

El padre Klajner, por su parte, dice que la elección del papa Francisco fue como una Pascua anticipada, y trae a colación una frase que pronunció el Papa durante su primer Ángelus, esa en la que afirmó que Dios no se cansa de perdonar y que somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón. «Esa frase dejó la disposición abierta –dice–. Y la experiencia en la vigilia al inicio del pontificado fue que nos pasamos confesando toda la noche.»

No resultó raro tampoco que el Papa se refiriera de algún modo al sacramento de la reconciliación con esa frase. Cuando lo nombraron cardenal, Jorge Bergoglio recordó sus días como confesor en la iglesia de la Compañía en Córdoba y en el Colegio Del Salvador, y destacó esa tarea como una de las labores más importantes de su sacerdocio. «Uno en el confesionario percibe la santidad del pueblo de Dios –dijo en aquella ocasión–. Un hombre o una mujer muestra allí su dignidad de hijo de Dios, que se siente pecador y querido con misericordia por el Padre.».


Fuente: https://www.lanacion.com.ar