BRASILIA. Antes de ser candidata a la presidencia, Marina Silva fue ministra, diputada y también sindicalista. Pero, mucho antes, era una niña con malaria, negra y pobre de Brasil que recolectó caucho en la Amazonia, limpió casas y soñaba con ser monja.

Marina Silva



«Me despertaba a las cuatro de la mañana, cortaba unos leños para encender el fuego. Hacía café y una ensalada de plátano con huevo. Ese era nuestro desayuno», cuenta la postulante por el Partido Socialista de Brasil (PSB), que fue alfabetizada a los 16 años y hoy escribe poemas en su tiempo libre.

María Osmarina Silva Vaz de Lima creció en el Seringal Bagaço, en el estado de Acre, en la Amazonia. En la pobreza y expuesta a las inclemencias de la selva, Marina contrajo malaria cinco veces, hepatitis otras tres, padeció leishmaniasis -una enfermedad cutánea- y, como secuela de tanto medicamento, tuvo contaminación por metales pesados. La desahuciaron tres veces.



Ahora, a sus 56 años, esta mujer menuda, de voz aguda y con el cabello recogido siempre en un moño, lucha por arrebatarle la presidencia a la exguerrillera Dilma Rousseff (Partido de los Trabajadores, PT, izquierda), con quien compartió militancia en el pasado.

Asumió la candidatura de manera totalmente inesperada, tras la muerte de su compañero de fórmula, Eduardo Campos, en un accidente aéreo en agosto. Y en pocos días explotó en los sondeos, aunque luego ha perdido puntos y hoy lucha por pasar a la segunda vuelta.

Se presenta como la abanderada de una «nueva política», captando votos de indecisos e insatisfechos con los grandes partidos, de los jóvenes y de los cada vez más numerosos evangélicos en Brasil.

Si gana, podría ser la primera presidenta negra de Brasil, país en donde un 51% de la población es negra o mulata.

– Cauchera –

Con 11 años, Marina caminaba 14 kilómetros diarios con sus siete hermanos -otros tres murieron en la infancia- para realizar cortes en los árboles de caucho y luego recoger el látex que escurría en los recipientes.

«De pequeña, ella quería plantar árboles de caucho en los alrededores de la casa y no tener que andar kilómetros en busca del látex», cuenta Deuzimar, una de sus hermanas, en el libro «Marina, la vida por una causa», de la periodista Marília de Camargo César.

Su madre murió cuando tenía 15 años y su padre vive aún en una casita de madera en Acre. A los 16, buscando cura para sus males, viajó a la capital del estado, Rio Branco. Para esa época quería ser monjacatólica.

Consiguió un trabajo como empleada doméstica, por seis meses, y se alfabetizó.

– Casi presidenta –

Como novicia, Marina conoció la Teología de la Liberación e hizo un curso de liderazgo sindical rural, que dictaba el líder de los recolectores de caucho, Chico Mendes.

Dejó la idea del convento y se integró en la lucha de Mendes, participando en la resistencia pacífica contra la deforestación junto con recolectores y sus familias. Con él fundó la Central Única de Trabajadores en Acre, y trabajó a su lado hasta que murió asesinado en 1988.

Graduada en Historia en Rio Branco, Marina también fue profesora y se convirtió en una defensora del medio ambiente internacionalmente reconocida.

Silva militó en el PT, fue la senadora más joven de Brasil con 36 años y, en 2003, el recién asumido presidente Luiz Inacio Lula da Silva la designó como ministra de Medio Ambiente.

Dejó el partido en 2009 por problemas de «ideales y principios», y fue candidata a la presidencia con el minúsculo Partido Verde en las elecciones de 2010. Para sorpresa general, cosechó casi 20% de los votos, colocándose como la tercera candidata más votada.

– Excomunista y evangélica –

La contaminación por mercurio amenazó a Silva hasta fines de la década del 90. Por recomendación de un médico, aceptó ir a una ceremonia evangélica de unción de enfermos donde, cuenta, le vinieron a su mente unas letras.

Eran las mismas de un medicamento experimental del que le habían hablado en Estados Unidos cuando fue a hacerse una consulta. Lo ordenó y lo tomó bajo su riesgo. Quedó curada.

«La aguerrida militante comunista se hizo creyente» evangélica, dice De Camargo César en el libro.

Silva es casada, con cuatro hijos (dos de un primer matrimonio). Sus creencias religiosas, que le llevan a rechazar la legalización del aborto y el casamiento gay, han sido blanco de críticas, aunque defiende el Estado laico.