Unos meses después de la muerte de Robert Ellsworth, cliente de toda la vida en el restaurante que lleva adelante en Nueva York, Maureen recibió una llamada del abogado de este coleccionista de arte anunciándole que le había dejado «algo» de su herencia: nada menos que 100.000 dólares a repartir con su sobrina.

Dolares



«Dije ‘¡Oh, dios mío! No esperaba nada. Era un hombre muy generoso, siempre fue bueno con todo el mundo. Daría cualquier cosa por tenerlo de vuelta. No hay dinero que pueda reemplazarlo», cuenta a la AFP Maureen Donohue-Peters, de 53 años, en la barra del Donohue’s Steak House en el barrio del Upper East Side, en Manhattan.

Junto a Maureen, Ellsworth incluyó en su testamento antes de fallecer, en agosto pasado, a los 85 años, a la sobrina de ésta, Maureen Barrie, de 28, quien trabaja en el mismo lugar por la noche.



En ese documento, Ellsworth se refirió a las dos camareras con su nombre de pila y el nombre del restaurante, según la prensa local.

El legado es el agradecimiento final de este conocido coleccionista y vendedor de arte asiático para la familia Donohue-Peters, ya que Ellsworth era amigo del padre de Maureen, Mike, que abrió el establecimiento en 1950. Durante más de medio siglo, Ellsworth fue a comer religiosamente mediodía y noche al restaurante cuando se encontraba en la ciudad.

«Lo conocí toda mi vida, 53 años. Fue cliente aquí durante 54, 58 años. Siempre estaba sonriente. Pedía siempre la misma comida y la misma bebida: sandwich de queso fundido al mediodía y filete por la noche. Le gustaba tomar un bourbon. Estaba en la ciudad cuatro días por semana y lo tenía aquí siete de ocho comidas», explica Maureen, una neoyorquina llena de vitalidad y calidez.

El gesto final de Ellsworth para quienes lo atendieron durante tantos años no es una excepción. En 1986, el coleccionista donó 480 pinturas de artistas asiáticos al Museo Metropolitano de Nueva York por un valor estimado de 22 millones de dólares, indicó la prensa local.

Tradición neoyorquina

Donohue’s Steak House es un clásico restaurante neoyorquino que parece detenido en el tiempo, con las persianas bajas para que no entre mucha luz, las paredes revestidas de madera, una larga barra y un salón sencillo al fondo decorado con unas pinturas con motivos marítimos.

Colgando detrás de la barra que atiende Bruno Vlacina, un croata de 77 años, se puede ver una vieja foto en blanco y negro de Mike Donohue-Peters, el fundador del lugar, que falleció en 2000, momento a partir del cual Maureen se hizo cargo del negocio.

Poco después del mediodía, el restaurante se va llenando con gente más bien mayor que vive en el barrio y es clientela habitual. «¡Hola, dulce! ¡cómo estás?», saludan dos señoras a Maureen antes de sentarse en una de las mesas en la parte trasera.

«Aquí probablemente el 95, 98% de la gente son clientes que repiten. Es como una gran familia», afirma la anfitriona mientras bromea con Bruno, jubilado desde hace once años pero que sigue trabajando los mediodías porque «no quiere quedarse en casa». «Maureen puede ocupar cualquier puesto aquí, conoce el lugar mejor que nadie. Todo el mundo la ama», dice Bruno, oriundo de Ravni, en Istria, y que llegó a Estados Unidos en 1957.

Según el diario The New York Post, Ellsworth tenía una fortuna estimada en 200 millones de dólares. Era apodado ‘King of Ming’, por su extraordinario conocimiento sobre esa dinastía china, y tenía un apartamento de más de 20 habitaciones en la Quinta Avenida, de acuerdo con la misma fuente.

‘Bobby’, como lo llamaban sus amigos, era un autodidacta que no terminó la escuela secundaria, afirma su obituario publicado en el The New York Times el 7 de agosto.