Miami, Estados Unidos. Cuatro ventiladores revuelven el calor en torno a un pequeño anfiteatro al aire libre en medio de los pantanos de Florida. Cerca de 50 personas se abanican inútilmente con folletos turísticos mientras, en el escenario, un hombre coloca su cabeza en las fauces de un caimán.

Caiman



Luego el público tiene la oportunidad de cargar un caimán bebé, que pasa entre sudorosas manos en medio de exclamaciones de ternura y una metralla de selfies.

«Mi esposo es fanático de los reptiles, entonces dijimos que una parada obligada en Florida tiene que ser la reserva natural», dijo a la AFP Emilia Armendáriz, una ecuatoriana de 34 años que visita con su familia la Everglades Alligator Farm, una de las tantas granjas que exhiben estos espectáculos.



Los caimanes son un ícono de Florida, un estado del sureste de Estados Unidos célebre por sus playas de aguas turquesas, pero también por las ciénagas cubiertas de largos pastizales desde donde estos reptiles acechan todo lo que se mueve.

Pero aunque los humanos no somos su alimento predilecto, una reciente serie de ataques los están convirtiendo en un vecino de cuidado.

La noticia de que un caimán en Orlando capturó y mató a un niño de dos años hace dos semanas dio la vuelta al mundo. Apenas unos días antes, un caimán paseaba en Lakeland con un cuerpo humano entre sus dientes. Casualmente, la misma escena había ocurrido cerca de Fort Lauderdale poco antes.

También en mayo, un caimán arrancó el brazo de un hombre que pretendía escapar de la policía y, la semana pasada, otro reptil mordió la pierna de un hombre.

Lo que está sucediendo, según Ron Magill, portavoz del Zoológico de Miami y experto en comportamiento animal, es que humanos y caimanes estamos compartiendo territorio en Florida como nunca antes.

«Probablemente tendremos más incidentes entre caimanes y humanos porque hay más caimanes y más humanos; y los humanos estamos construyendo en el hábitat de los caimanes», dijo Magill desde los parques del zoológico, flanqueado por elefantes, leones y manadas de niños con uniforme escolar.

 Compartiendo territorio 

En la década de 1970, estos reptiles eran una especie en extinción y se contaban apenas por algunos miles, explicó Magill a la AFP. Hoy en día, gracias a los esfuerzos de conservación, hay 1,3 millones de ellos en Florida.

Paralelamente, la población (humana) de Florida ha aumentado 7,8% de 2010 a 2015, según la oficina del censo.

«Muchos residentes buscan casas frente a masas de agua y participan cada vez más en actividades acuáticas», señala la agencia de Pesca y Vida Silvestre de Florida. «Esto puede resultar en que las interacciones entre caimanes y humanos sean más frecuentes y que haya una mayor posibilidad de conflicto».

Los «conflictos» no necesariamente tienen que ser trágicos. Hace poco un caimán gigantesco paseó con gran calma por un campo de golf y se convirtió así en una estrella de las redes sociales. También son frecuentes los casos en que un caimán aparece retozando en una piscina familiar.

«Los caimanes están aprendiendo a adaptarse y van a ir a áreas residenciales si hay lagos o canales», dijo Magill. «Usan los canales, los lagos y las masas de agua de toda Florida como si fueran un sistema de autopistas, para ir de un lado a otro».

Los momentos de mayor conflicto ocurren durante el período de apareamiento, entre abril y junio, y el de anidación, entre junio y agosto. En el primero, los machos deambulan en busca de hembras; mientras que en el segundo las hembras se abalanzarán sobre cualquiera que amenace el bienestar de sus huevos.

Las cercas son inútiles para intentar mantenerlos alejados, porque los caimanes son capaces de treparlas con graciosa facilidad. Esto deja a los humanos con un solo recurso si quieren evitar compartir demasiado espacio con estos reptiles: no alimentarlos.

«El caimán teme naturalmente a los humanos, por eso una de las primeras cosas que hay que saber es que no se debe alimentarlos», explicó a la AFP Jeremy Possman, gerente de la Everglades Alligator Farm.

Ocurre lo mismo con osos y tiburones: cuando los humanos, por diversión o para tomar fotografías, alimentan a los animales salvajes, consiguen que éstos dejen de vernos con recelo y comiencen a considerarnos bípedos comestibles.

«Estos animales no necesitan nuestra ayuda, lo que necesitan es que los respetemos como son y los dejemos solos», advirtió Possman.