Sobre un suelo fangoso, Angeles Caldube corta unos ajos que va a agregar a la sopa que cocina con lo que pudo recoger para alimentar a su esposo y a su hijo de un año.

Captura de pantalla 2016-07-22 a las 17.42.04La cocina improvisada sobre piedras en el suelo está a las puertas de una tienda de campaña donde Angeles, una congoleña embarazada de cinco meses, vive desde hace casi dos meses en Peñas Blancas, a un kilómetro del puesto fronterizo de Costa Rica con Nicaragua.



A su alrededor, centenares de carpas cubiertas de plástico se instalaron en un terreno invadido donde conviven haitianos, congoleños, senegaleses y ghaneses en espera de seguir su ruta a Estados Unidos.

“Aquí no podemos permanecer, ningún ser humano puede vivir en estas condiciones», reclama Alin Treme, 31 años, quien dice venir del Congo.



«Llueve todos los días, el agua se mete a las tiendas y tenemos que dormir mojados”, dice este migrante hablando en una mezcla de portugués, francés y español.

A pocos metros de donde Angeles cocina, un basurero improvisado expele olores nauseabundos y atrae moscas verdes y mosquitos que amenazan con generar brotes infecciosos. Los migrantes se instalaron en terrenos baldíos cercanos al puesto fronterizo ante la negativa de Nicaragua de permitirles el paso, algo que ellos no se explican.

«Nuestro destino no es Costa Rica ni es Nicaragua ni Honduras, ¿por qué no nos dejan pasar?», cuestionó Wilson Joseph en perfecto español con acento dominicano, aunque dice ser de Senegal.

Gran parte de los migrantes que se identifican como congoleños o senegaleses no saben responder detalles del país del cual dicen venir y se comunican en un lenguaje que sugiere que en realidad son haitianos que prefieren ocultar su nacionalidad por temor a ser deportados a su país.

La mayoría trabajó en Brasil durante varios años hasta que la economía de ese país se deterioró recientemente y resolvieron salir.


“Un análisis de este grupo llamado extracontinentales revela que vienen de distintos países y tienen distintos hábitos y formas de alimentación. La gran mayoría parece venir de Brasil y otros países suramericanos que tuvieron un bajón económico”, explicó a AFP el estadounidense Roeland de Wilde, representante en Costa Rica de la Organización Internacional de las Migraciones (OIM), que ha documentado el movimiento de foráneos. Además de los haitianos y africanos, alrededor de 10% de los foráneos en Costa Rica que intenta migrar al norte proviene de Afganistán y Pakistán, comentó.

Estos últimos suelen estar mejor organizados y se alojan en hoteles sencillos, no en campamentos improvisados, indicó. Para muchos de los que migraron de esos países o África, el trayecto hacia Estados Unidos se presenta como una mejor opción que Europa, que comenzó a parecerles más riesgoso, según De Wilde.

Después del terremoto que golpeó Haití en 2010, una oleada migratoria salió de ese país y se asentó en los años siguientes en Brasil, donde encontraron empleo en una economía boyante con grandes obras de infraestructura en marcha.

“Cuando llegué a Brasil era muy bueno, había mucho trabajo en 2011, 2012 y 2013. La cosa se puso difícil en 2014, la economía empeoró y en 2016 ya no podía sustentar a mi esposa e hijo”, recuerda Eddie Miche, 27, vestido con una camiseta azul y roja de Haití aunque asegura ser del Congo.

Este migrante se encontraba en San Dimas, uno de los albergues montados por el gobierno costarricense en centros comunales y gimnasios, que no alcanzan para recibir a todos los que llegan.

El fenómeno recuerda al vivido meses atrás con la entrada de migrantes cubanos que intentaban llegar a Estados Unidos.

Muchos de los migrantes en Costa Rica cayeron en las garras de mafias de traficantes de personas conocidos como «coyotes», que les cobran más de mil dólares con la promesa de sacarlos del país. Wilson Joseph fue una de sus víctimas.

“Yo ya salí como tres veces. Le pagué mil 200 dólares a un coyote que me llevó a San Juan (sur de Nicaragua). Me dejó en una casa y me dijo ‘vengo más tarde o mañana’. A los tres días no había regresado y salí a la calle, cuando me vio la policía me detuvo y me dejó de vuelta en Costa Rica», narró.

La corriente no parece que se va a detener. Mauricio Boraschi, jefe de la fiscalía costarricense contra tráfico ilícito de migrantes, dijo tener informes de que hay grupos en marcha en Brasil, Colombia y Panamá. “Esto no se va a acabar de la noche a la mañana”, alertó Boraschi en una entrevista con Radio Columbia. AFP