El pasado lunes celebramos el Día Mundial contra el Trabajo Infantil, actividad que constituye en sí una violencia, coincidiendo con la noticia de que agentes de la Autoridad Metropolitana de Transporte (AMET) rescataron a una niña de siete años que había sido dejada encerrada en un vehículo en una plaza comercial, en pleno centro de la ciudad.
La justificación a esta acción irresponsable y de malos tratos contra la menor no debe pasar desapercibida y esto así porque la explicación brindada por el conductor del vehículo, tío de la niña, es una conducta reiterada que en la mayoría de los casos da por consecuencia la muerte del menor.
Este es sólo uno de los tantos hechos que dan a conocer los medios sobre el abuso infantil, al igual que padres que queman las manos de sus hijos para enseñarles a no tomar lo ajeno, de otros que los encierran en sus casas con candado mientras van a trabajar o disfrutar, algunos que llegan a lesionarles con maltratos físicos y otros que por descuido posibilitan la muerte de los infantes en cisternas o piscinas.
De lo anterior, que es la cotidianidad, cabe recordar que prevenir el abuso infantil debe ser una tarea rutinaria y persistente, no limitarse a una fecha, sino que debe ser el resultado de la promoción de relaciones saludables y armónicas con este segmento poblacional, empezando por sensibilizarnos y concienciarnos sobre sus derechos fundamentales, a sabiendas de que un acto de negligencia también constituye una acción de malos tratos.
En visita a la Fundación Vida Sin Violencia, la doctora Josefina Luna Rodríguez, de la División de Salud Materna Infantil y Adolescentes del Ministerio de Salud Pública, nos manifestó su preocupación de que cuando se habla de violencia de género no se tome en cuenta los daños irreversibles que sufren los hijos e hijas de las víctimas.
La especialista nos observó que la violencia infantil puede tener consecuencias graves para la salud, entre los cuales está la depresión, ansiedad, síndrome de estrés pos traumático, suicidio y agresión, así como lesiones internas por golpes, traumatismo cráneo encefálicos, fracturas y quemaduras, por sólo hacer mención de algunas. Nos dijo que un estrés persistente en un infante modifica la arquitectura de su cerebro, provocando cambios neurobiológicos y problemas de por vida en aprendizaje de conducta, salud física y mental.
Ante esta preocupante realidad que padece la población infantil es necesario trabajar permanente en su prevención y como ciudadanía mantenernos vigilantes, no guardando silencio porque el problema no nos compete, sino creando conciencia de que los malos tratos destruyen las familias y que el ejemplo de respeto será siempre el mejor estímulo para desarrollar una vida sana y en paz.
Yanira Fondeur
La autora es la Presidenta de la Fundación Vida Sin Violencia.
Fuente: aplatanaonews.com