La guerra en Afganistán está a un paso de convertirse en la más mortífera del mundo este año, por delante de la de Siria, pese a las esperanzas de diálogo con los talibanes.

«Con el alza del número de víctimas en Afganistán y el posible final de la guerra en Siria, puede que se convierta en la contienda más mortífera del mundo», afirma a la AFP John Walsh, analista del Instituto por la Paz de Estados Unidos (USIP).



Todo indica que «superará los 20.000 muertos en 2018, incluyendo a los civiles», afirma Graeme Smith, consultora del International Crisis Group (ICG).

Esto convertiría 2018 en el año con más muertes en el país, después del récord de 19.694 víctimas mortales contabilizadas en 2017 por el Uppsala Conflict Data Program (UCDP), que evalúa desde hace 40 años el número de bajas en las guerras.



A modo de comparación, el UCDP da cuenta de 9.055 muertos en 1994, en el peor momento de la guerra civil afgana.

«La ONU contabilizó el mayor número de bajas civiles en la primera mitad de 2018», con 1.692 muertos, y las del ejército afgano no se hacen públicas pero todo indica que son «terribles», afirma Graeme Smith, quien también teme que el balance afgano «supere al de cualquier otra guerra en el mundo».

En comparación, más de 15.000 personas, entre ellas 5.300 civiles, murieron en lo que va de año en Siria, según el Observatorio Sirio para los Derechos Humanos (OSDH).

– Presiones –

El récord de víctimas se debe en parte a «un Estado Islámico (EI) despiadado, resistente», pese a unos efectivos limitados a 2.000, «que ha acelerado el ritmo de los ataques y contribuye mucho a la desestabilización de Afganistán», informó a la AFP Michael Kugelman, investigador del centro de reflexión estadounidense Wilson Center.

Ante esta situación Estados Unidos decidió en 2018 aumentar los medios militares al tiempo que aboga por una «solución pacífica», según el secretario de Estado Mike Pompeo.

Alrededor de 14.000 soldados estadounidenses apoyan a las fuerzas afganas, a las que forman o acompañan en operaciones, sobre todo aéreas. Seis han muerto en 2018.

Oficialmente, el general John Nicholson, al frente hasta septiembre de las fuerzas de la OTAN en Afganistán, ve progresos hacia una solución, con unas oportunidades de paz «sin precedentes».

Los talibanes y Washington siguen la misma estrategia. «Estados Unidos ha más que duplicado sus ataques aéreos con relación al año pasado» y «las dos partes creen que la presión en el campo de batalla hace que sus adversarios estén más dispuestos a negociar», escribe ICG en un informe.

Los talibanes están «más organizados» con la ayuda de combatientes que llegaron al país «para respaldarlos», estima el analista político afgano Atta Noori.

Según el exgeneral afgano Atiqulá Amarjil, Pakistán ha unido «a combatientes locales contra el plan estadounidense» e «invitado a Rusia e Irán a financiar» la lucha, de modo que ahora «los talibanes disponen de insurgentes mejor equipados». Por su parte Islamabad niega inmiscuirse en los asuntos internos de su vecino.

– «Perspectiva lejana» –

Según Sigar, un organismo dependiente del Congreso estadounidense, el gobierno afgano controla el 56% del territorio y la rebelión el 14%. El resto no está claro.

En esta búsqueda de la paz mediante la sangre, «la pregunta es saber hasta dónde están dispuestos a llegar Kabul y Washington», se interroga Michael Kugelman. «¿Cuánto están dispuestos a dar a los talibanes para acabar con la guerra?»

Las negociaciones «formales» siguen siendo «una perspectiva lejana», evalúa el ICG, pese al ingente interés de las partes por restablecer la paz».

En julio, la enviada especial de Estados Unidos para el sur de Asia, Alice Wells, se reunió con responsables talibanes en Catar para hablar del proceso de paz. Hasta entonces Washington siempre se había negado a un diálogo bilateral con los insurgentes.

Un responsable talibán afincado en Pakistán espera nuevas negociaciones «pronto».

Entre tanto no se descarta el aplazamiento de las primeras elecciones parlamentarias desde 2010 previstas a mediados de octubre debido al repunte de violencia.