«Imagino la mente de un niño como un libro en blanco», dijo Walt Disney. Conscientes de ello y quizá por esta razón, las actrices Keira Knightley y Kristen Bell defendieron la semana pasada en sendas entrevistas que no son partidarias de los valores que transmiten las princesas Disney a sus hijas.

La exprotagonista de Piratas del Caribe —saga de Disney, por cierto— aseguró incluso que Cenicienta y La Sirenita están «prohibidas» en su casa. Pero, ¿es tan grave la influencia de estos personajes clásicos en las niñas (y niños) de hoy en día?



Para Judit García Cuesta, profesora de la Universidad Internacional de la Rioja (UNIR) y doctora especializa en semiótica visual de Disney, la influencia es evidente pero el problema no es un personaje creado hace 80 años sino que «no trabajamos con nuestros hijos los valores que transmite».

García Cuesta relata la anécdota de una sobrina suya de seis años, morena con ojos oscuros, que preguntó «por qué su hermana recién nacida, rubia de ojos azules, era buena y ella mala» para ilustrar la influencia de los estereotipos transmitidos por estas cintas para el público infantil.



La profesora sostiene que «prohibir es empoderar lo prohibido» y por lo tanto aconseja «no suprimir sino ver con ellos, porque de lo contrario les estamos privando de la parte crítica. En lugar de cohibir, hay que hacer patente los valores que rechazamos y los que queremos transmitir a nuestros hijos».

La psicóloga Gemma Almena, orientadora escolar en institutos y colegios de Castilla-La Mancha, abunda en el tema: «Los padres tienen la función de acompañar a los hijos para educarles y enseñarles a interpretar la sociedad según los valores que quieran.

Si se hace un seguimiento de la película con ellos, disminuye el influjo sobre el hijo. En cambio, si se deja a los niños solos, lo captan como un modelo a seguir». Blancanieves es una cinta de 1937, un factor clave que hay que explicar a los niños para a continuación «subrayarles que la situación actual es diferente y ha habido una transición hacia otros modelos de mujer, más reflejados por ejemplo en Mérida o Elsa de Frozen», agrega Almena.

La orientadora coincide con Judit García al incidir en la poca utilidad de prohibir el visionado porque tiene un efecto rebote —»lo verán igualmente a escondidas o con amigos—» e insiste en la presencia paterna para así «compensar aquello que no sea de su aprobación con explicaciones posteriores en consonancia con los valores que les quieran transmitir». Ambas insisten en que «hay que respetar el código de edad».

Almena reconoce que siempre se puede extraer una lectura positiva, incluso de La Cenicienta, una mujer «sumisa, pasiva y dependiente de un hombre».

«La inteligencia es compatible con que te gusten las princesas y los tacones», sostiene. A la experta en princesas Disney de la UNIR le cuesta un poco más identificar los valores positivos: «Hay que rebuscar, pero se puede decir que transmiten la importancia de valerse por sí mismo, valores familiares y de trabajo en equipo».

Dudas sobre las princesas actuales
Para hacer constar que los estereotipos van cambiando con el tiempo, Judit García explica que La Bella Durmiente (1959) causó mucha indignación social en su estreno por la delgadez de su protagonista, un aspecto que sin embargo hoy en día no causa alarma ninguna. La profesora expone que Pocahontas (1995) es «la única en la que los protagonistas no acaban juntos y curiosamente estos son de diferentes razas».

Como alternativas a La bella y la bestia, esta experta de la UNIR propone El castillo ambulante; o Ponyo en el acantilado como opción similar a La Sirenita. Ambos títulos son del estudio japonés Ghibli y muestran «una mujer fuerte e independiente y promueven el respeto hacia las personas mayores».

Aún así, García Cuesta reconoce que las películas de Disney «han cambiado mucho y a mejor pero todavía hay muchas cosas que mejorar, sobre todo en igualdad. ¿Por qué son diferentes las producciones para niños de las que se dirigen a las niñas? ¿Por qué no puede haber cine infantil unisex?», se pregunta.