El apóstol Pablo escribió su carta a la iglesia de Filipos mientras estaba preso en Roma. Aunque confinado y bajo vigilancia mientras esperaba ser enjuiciado, escribió para animar a los filipenses, asegurándoles que su situación estaba siendo utilizada por Dios. Les dijo: “He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación” (Fil 4.11).
Notemos que este versículo no dice que Pablo siempre estaba feliz. Aunque la felicidad depende de las circunstancias, para los creyentes, el contentamiento es posible en cualquier situación, pues está anclado en Dios. Aunque el encarcelamiento del apóstol era difícil e incómodo, casi no mencionó las condiciones. Esta carta no está llena de quejas, sino de regocijo porque su enfoque nunca se desvió de Cristo (Fil 1.20, 21; 3.10).
Pablo no se consideraba una víctima. Estaba convencido de que se encontraba bajo la mano soberana del Dios viviente. Esta era la situación ordenada para él en ese momento, de acuerdo con el propósito divino del Señor.
Es más, el apóstol vio frutos de su tiempo en prisión. Toda la guardia imperial escuchó de Cristo por el testimonio constante del apóstol. Su confinamiento tuvo el efecto opuesto de lo que sus enemigos habían planeado. En vez de llevar a los cristianos a esconderse, la demostración de contentamiento de Pablo frente a las dificultades los hizo más osados (Fil 1.14).
Al igual que Pablo, podemos escoger la manera de actuar ante el dolor y las dificultades. Si optamos por el resentimiento y la amargura, nuestro sufrimiento será en vano. Pero si vemos cada situación como una oportunidad para crecer espiritualmente, podremos regocijarnos en el Señor a pesar de todo.