¿Alguna vez creyó una mentira y después descubrió la verdad? Si es así, ya sabe lo perjudicial que es el engaño. Puede arruinar amistades, destruir reputaciones y dejar un rastro de consecuencias dolorosas y persistentes. El daño es más grave cuando el engaño es espiritual, porque puede significar la diferencia entre ir al cielo o al infierno.

Sería bueno pensar que una vez que fuimos salvos, nunca más podríamos ser engañados espiritualmente, pero no es así. Satanás busca maneras de llevarnos por el mal camino para arruinar nuestro testimonio y obstaculizar nuestro crecimiento espiritual. Por eso es importante que los cristianos tengamos discernimiento, y este don se desarrollará en nosotros solo a medida que crezcamos en nuestro conocimiento de la verdad bíblica.



El apóstol Pablo escribió a los cristianos en Galacia, porque estaban abandonando a Cristo por un evangelio diferente (Ga 1.6, 7). Alguien había entrado a la iglesia distorsionando el evangelio de la gracia, diciéndoles que necesitaban ser circuncidados y obedecer la Ley para ser salvos (Ga 5.3, 4).



Aunque no tengamos el mismo problema hoy en día, la creencia de que ciertas obras puedan ganar la aceptación de Dios está siendo promovida en ciertos círculos cristianos. En el otro extremo están los que dicen que no importa lo que creamos o hagamos, pues todos iremos al cielo. Concluyen de manera errónea que un Dios misericordioso nunca castigaría a nadie.

Cristo advirtió que el engaño aumentaría con el paso del tiempo (Mt 24.4, 5). Ahora es el momento de estudiar la Palabra de Dios, porque conocer la verdad es nuestra única protección contra el engaño.