AL enfrentar una situación difícil, puede ser tentador consultar de inmediato a amigos, profesionales o el último libro o artículo relacionado con el tema. Aunque ninguna de estas opciones es mala, hay una fuente de guía y seguridad que es superior a cualquier otra, y es la Palabra de Dios.

Cuando Josué asumió el liderazgo de Israel después de la muerte de Moisés, no formó un comité ni leyó las estrategias de liderazgo del momento. En vez de eso, confió en las instrucciones que Dios le dio: “Cuídate de cumplir toda la ley que Moisés mi siervo te mandó; no te desvíes de ella ni a la derecha ni a la izquierda” (Jos 1.7 LBLA).



En esta orden está implícita la verdad obvia de que debemos leer la Biblia si queremos saber lo que Dios quiere que hagamos. Entonces, debemos tener cuidado de obedecer lo que dice sin tratar de excusar, alterar o ablandar el mensaje, para obedecer de manera parcial.

El Señor también le dijo a Josué que no dejara que la Palabra de Dios se apartara de su boca: “Meditarás en [ella] día y noche” (Jos 1.8). Ya que nuestras mentes se distraen con facilidad y son a menudo olvidadizas, necesitamos más que una lectura rápida y superficial de las Sagradas Escrituras. La mejor forma de actuar es pedirle a Dios que nos ayude a entender lo que está diciendo en su Palabra y luego tomar tiempo para pensar en ello.



La meditación bíblica no consiste en vaciar nuestra mente, sino en llenarla con la Palabra de Dios. A medida que reflexionamos en las verdades de las Sagradas Escrituras, entendemos mejor los caminos y deseos de nuestro Padre, para saber cómo proceder de acuerdo con su voluntad.