La manera en que percibimos nuestra situación tiene, con frecuencia, un impacto mayor en nuestra vida que la situación misma. Usted quizás haya visto esto en quienes profesan conocer a Cristo. Un cristiano pasa por tratamientos médicos debilitantes con tal confianza en Dios, que el contentamiento y el gozo eclipsan el sufrimiento, mientras que otro creyente se vuelve ansioso y resentido.

El escenario para el pasaje de hoy es el encarcelamiento del apóstol Pablo. Aunque no había cometido ningún delito, se encontraba encerrado injustamente. Pero a pesar de eso, sabía que no tenía nada que perder. Si César decidía ejecutarlo, iría a estar con Cristo, y esa era una opción mucho mejor a los ojos de Pablo. Si, por otro lado, Dios le permitía vivir, entonces podría continuar un ministerio fructífero para el reino. Su conclusión fue: “Para mí, el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (Filipenses 1.21).



Cuando somos salvos por la sangre de Cristo, la afirmación de Pablo también es verdadera para nosotros. Nuestra vida está muy ligada a nuestro Salvador, y nada puede separarnos de Él, ni siquiera la muerte.

La palabra circunstancia viene de dos raíces latinas que significan “alrededor” y “estar de pie”. Por consiguiente, nuestras circunstancias son las cosas que nos rodean, pero Cristo es la persona que mora dentro de nosotros. De manera que Él se enfrenta a todo lo que se nos presenta. Nuestras situaciones difíciles y dolorosas son una invitación a dejar que Cristo brille a través de nosotros. Cuando Él es nuestra vida, no tenemos nada que perder. Así que, fijemos nuestros ojos en Dios mientras nos guía a través de lo que nos depare el futuro.