La mayoría de nosotros hemos sido bendecidos al vivir con libertad religiosa. Aunque puede que hayamos experimentado un poco de burla, ridículo u exclusión a causa de nuestras creencias, no tenemos que temer el castigo ni la muerte. Pero ese no es el caso en otras partes del mundo. Hay cristianos en otros países para quienes el pasaje de hoy es muy familiar.

Hechos 4 nos dice que Pedro y Juan enfrentaron una gran oposición por su fe. Después de ser arrojados a la cárcel por sanar a un hombre enfermo, se les advirtió que no hablaran ni enseñaran en el nombre de Jesucristo. Pero ellos se mantuvieron firmes en sus convicciones y respondieron: “¿Es justo delante de Dios obedecerlos a ustedes en vez de obedecerlo a él? ¡Júzguenlo ustedes mismos! Nosotros no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído” (vv. 19, 20 NVI).



Nuestra meta como creyentes es ser inquebrantables en nuestra fe. Pedro y Juan no esquivaron su responsabilidad de proclamar la salvación en el nombre de Cristo, incluso frente al encarcelamiento y las amenazas. Sin embargo, al leer este relato, podemos preguntarnos cómo soportaríamos la persecución.

La verdad es que por nuestras propias fuerzas, no podríamos hacerlo. Pero nunca estamos solos. Cuando defendemos nuestras convicciones, el Espíritu Santo está en nosotros. Nos da la fortaleza física, espiritual, mental y moral para mantenernos firmes cuando somos puestos a prueba (Lc 12.11, 12).



Dios quiere que sus hijos le confíen su futuro; no quiere que nos llenemos de pánico por lo que nos espera. Pero si alguna vez nos llama a sufrir por Él, en ese momento nos dará la gracia que necesitemos para permanecer fieles.

Fuente Encontacto.org