Hay algo que todos tenemos en común: los problemas. Job 5.7 (LBLA) lo expresa de esta manera: “El hombre nace para la aflicción, como las chispas vuelan hacia arriba”. Lo cual es inevitable, pero no tenemos que resignarnos al dolor y a la tristeza. Nuestro sufrimiento no tiene que ser en vano, ya que puede “[producir] en nosotros un eterno peso de gloria que sobrepasa toda comparación” (2 Co 4.17).

En este capítulo tan conocido sobre la aflicción, el apóstol Pablo usa el contraste para describir sus sufrimientos físicos, emocionales y espirituales. Por ejemplo, en su cuerpo lleva “la muerte de Jesús”, y al mismo tiempo manifiesta “la vida de Jesús” (2 Co 4.10). En otras palabras, la muerte constante a sí mismo e incluso la persecución, fueron maneras en que la vida de Jesucristo se manifestaba en la del apóstol.



Lo mismo es cierto para cada creyente. En nuestra vida hay dos realidades en juego. Las aflicciones y las pruebas externas parecen contradecir lo bueno que el Señor Jesucristo hace en nosotros. Por tanto, no debemos desanimarnos, porque “nuestro hombre interior se renueva de día en día” (2 Co 4.16). A través de nuestro sufrimiento se vuelve más visible para los demás nuestra transformación, cuando ven la paz sobrenatural y el gozo del Señor manifestados en nosotros.

¿Está permitiendo que el Señor Jesucristo le santifique a través de su dolor y sus problemas, o sigue aferrándose a la tristeza, la ira y la amargura? La clave para el contentamiento en cada situación es la disposición de mirar más allá del dolor y ver tanto lo bueno que el Señor está haciendo en usted, como la gloria segura que vendrá después.



Fuente Encontacto.org