Mientras vivimos en este mundo, Jesucristo es nuestro Señor y Salvador. Sin embargo, a medida que nuestros días se acercan a su fin, y en especial al final de los tiempos, Él toma asiento como Juez y se prepara para recompensar a los creyentes por lo bueno que hicieron en su nombre.

Creo que hay una idea equivocada y generalizada de que Dios Padre será nuestro juez. Pero Juan 5.22 dice: “Porque el Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo”. A Cristo se le ha dado el derecho de juzgar nuestros pensamientos y acciones.



Jesucristo es un Juez imparcial. No es influenciado por lo que otros piensen o digan; más bien, determina lo que es correcto y bueno basado en su justo estándar que nos da en su Palabra. Seremos despojados de nuestras obras inútiles, es decir, de las acciones y las palabras que usamos por ambición egoísta o vano engreimiento. Lo único que permanecerá será lo valioso que pensamos, dijimos e hicimos para honrar a Dios. Estas son las partes valiosas de nuestra vida, por las cuales seremos recompensados.

El galardón es el motivo para poner a los creyentes ante el tribunal de Jesucristo. La vergüenza y el sentimiento de culpa por el pecado pasado y la motivación errónea no tienen cabida allí (Ro 8.1). Nuestro amoroso Salvador anhela mostrarnos nuestro tesoro celestial.



Cristo revelará en el tribunal cómo las personas fueron en realidad, desechando las cosas sin valor que hayan hecho. Lo que quedará será una persona que se esforzó por agradar al Señor. Decidamos ser reflejos poderosos de nuestro Salvador.

Fuente Encontacto.org