Notó que le apretaba el zapato. Qué fastidio. Una vez más había olvidado lo calurosos que se habían vuelto los otoños en Almería. Era casi de noche pero el desierto se adivinaba a las puertas de la prisión. Y el mar. Tan cercano que acechaba las celdas con su aire salobre, transformando los recuerdos de libertad y de tibieza en una guadaña seca. Cuánto tiempo perdido por una torpeza. Veinticinco años desde la condena y tres intentos de suicidio. Con lo bien que le hubiera ido en Dominicana con el dinero de aquella venta. A puntito estuvo.

Es 2044 y ha cumplido los 70. Hace un lustro ya que tuvo que cambiarse la dentadura entre permiso y permiso. A su lado, en la puerta, alguien la mira de reojo y cuchichea un sobrenombre enterrado: «…pescaíto». Ella sacude la mano con displicencia. Ni se acuerda. No quiere acordarse. ¿Cómo pude permitir que me pillaran?, reflexiona. «Tranquila, no vas a ir a prisión», se la escuchó decir en alto, hablando sola, hace 26 años, mientras trasladaba el cuerpo del niño hasta un lugar que creía más seguro. Cuando lo piensa, todavía le sube una rabia íntima y lacerante por su error. Nada más. Hay que ver cómo molestan los zapatos cuando aprietan, continua su discurso mental. Cómo se me han hinchado los pies.



El rostro de Ana Julia Quezada sometido a un proceso de envejecimiento informático para simular su aspaecto dentro de 25 años.

Un coche híbrido cruza la explanada frente a la entrada. Por fin. No sabe cómo ha podido tardar tanto. Él es una amistad antigua. De aquel entonces, cuando, a pesar de todo, todavía tenía admiradores. Esta vez lo que mete en el maletero del vehículo es su bolsa. Deja atrás la prisión. Hoy ya para siempre.

Obviamente todo lo escrito hasta el momento es pura ficción. Excepto que Ana Julia Quezada ha sido condenada a 25 años de cárcel y que tendrá que cumplirlos íntegramente porque es la primera mujer a la que se le aplica la prisión permanente revisable en España, una figura controvertida -sólo aprobada con los votos del PP- con la que han sido condenados hasta el momento 10 hombres. Recobrará su libertad total no antes de los 70 años.



Ana Julia Quezada ha pasado a formar parte de un club aterradora y cruelmente exclusivo, en el que están David Oubel, un tipo que degolló con una sierra mecánica a sus dos hijas de cuatro y nueve años; Daniel Montaño, quien tiró a un niño de 17 meses por la ventana tras intentar matar a su madre; Marcos Miras, que el día de la Madre de 2017 golpeó con una pala mecánica a su hijo hasta matarlo; Patrick Nogueira, que descuartizó a sus dos primitos pequeños y a sus dos tíos; Roberto Hernández, el asesino de la pequeña Sara, de cuatro años; Francisco Salvador García, Enrique Romay, Rafael García, Francisco Morillo… Y ella, asesina de Gabriel Cruz, un chavalito de ocho años y apenas 24 kilos de peso, que quería ser biólogo marino y que llevaba el apodo de El Pescaíto, un niño cuya búsqueda durante 12 días mantuvo en vilo a toda España.

Cuando el jurado popular la condenó, el pasado 19 de septiembre, Angel Cruz, el padre del pescaíto, ex pareja de la asesina sentenció: «Es un peligro, los psicópatas deben estar encerrados». Oficialmente se desconoce si Ana Julia tiene ese trastorno antisocial porque su abogado consideró que no era conveniente realizarle ningún tipo de prueba psiquiátrica. La psicopatía no es ni mucho menos una eximente, al contrario, y su diagnóstico podía crearle problemas futuros a su cliente. Pero Javier de Santiago, director de la Unidad de Análisis de Conducta Criminal de la Universidad de Salamanca – el especialista en cuya experiencia se basa la ficción inicial del reportaje- sencillamente sentencia: «Es una psicópata de libro» y resalta lo fáciles de llevar que son estas personas en la cárcel, lo bien que se adaptan.

La estancia en prisión de Ana Julia -a pesar de las intrigas que se acumulan en un lugar relativamente pequeño intensificadas por el hecho de que sus habitantes son delincuentes- , aparenta ser más tranquila que su vida anterior. Se levanta a las ocho, un poco después desayuna y a las nueve entra en el taller ocupacional que ha elegido. Ana Julia trabajó en una carnicería en el pasado pero en estos momentos está adquiriendo destrezas en la peluquería. Ahí está el secreto de su alisado perfecto, de su queratina de princesa buena para el primer día del juicio. Tiene un grupo de cuatro o cinco amigas con las que charla o juega al parchís.

«Intenta redimir el mal hecho», asegura su abogado Esteban Hernández, que piensa presentar recurso ante el Supremo. «Hace deporte y ocupa su tiempo en actividades constructivas». Una de sus compañeras reclusas, sin embargo, sigue sin tenerlas todas consigo. «Se comporta como si estuviera dentro por un delito menor, por narcotráfico o por cualquier tontería», describe.

A las dos de la tarde, Ana Julia vuelve a su celda con una interna de acompañamiento que le destinaron las pasadas Navidades cuando intentó acabar con su vida. Había discutido con una presa y simuló un suicidio con una cuchilla que había conseguido. Algo de televisión -Gran Hermano siempre está disponible-, un poco de ejercicio de las 17 horas a las 21.45 -su hija explicó en el juicio lo mucho que le había escandalizado que en plena búsqueda del pequeño Gabriel, ella se mostrara encantada del tipito que se le estaba quedando- y a las nueve, de regreso a su cubículo.

Escuchado ese cierre estruendoso y mecánico de las celdas, apagadas las luces en la cárcel de El Acebuche, ¿a esta mujer le supera el pesar de lo que hizo, ahogar hasta la muerte a aquel chiquillo frágil y desprotegido? ¿ese detalle que ella misma contó de la piernecita que no cabía en la fosa en el que introdujo el cuerpo junto al aljibe de la finca de Rodalquilar? ¿Le atormentan ahora las veces que regresó para asegurarse de que no se lo habían comido las alimañas, los detalles de su traslado frustrado?

«Fue un accidente, me asusté, me bloqueé y la bola fue creciendo… Pido perdón a todas las personas que han sufrido por la muerte de Gabriel Cruz… Quité a la persona que amo lo más grande que una persona puede tener, un hijo», escribió el 12 de abril de 2018 a la periodista Ana Rosa Quintana. Pero luego trascendieron muchas cosas. Cómo una de sus frases más inclementes, grabada por la Guardia Civil con los micrófonos colocados en el coche en el que trasladaba el cuerpo, cuando todo el país sostenía un cartel implorando que el pescadito regresase sano y salvo a casa. «¿No quieren un pez?, les voy a hacer un pez. Mis cojones». De modo que los expertos aseguran que aquel momento que empleó para escribir la carta, no fue fruto del pesar sino de la conveniencia.

«Ese tipo de personas, a nivel afectivo se rigen por motivaciones que el común de los mortales no tiene. No tienen ni remordimiento ni sentimiento de culpa», apunta Enrique Díez de Baldeón, licenciado en Criminología, funcionario de prisiones y miembro de la Asociación Tu Abandono Me Puede Matar.

«Es una mujer fría que siente vergüenza pero no siente culpa. Se derrumba ante el hecho de que le han pillado, no porque se sienta culpable. Cuando se la ve afectada es porque está imitando sentimientos. No sólo acompañó a los familiares durante 15 días sino que después condujo sin despeinarse y sin una infracción de tráfico, 70 kilómetros con el cuerpo del niño después de desenterrarlo cuando habían pasado 15 días. Y durante el juicio, en una situación en la que a todos se nos hubiese caído el mundo encima, a ella ni le temblaba la mano con la que cogía el vaso de agua», indica el doctor Javier de Santiago.

«La parte narcisista la tiene muy instalada en la potencia de la mujer: yo con mi cuerpo puedo conquistar a cualquier hombre, como mujer los puedo volver a todos locos», añade al recordar su pasado como prostituta. Porque en la vida de Ana Julia ha habido de todo. En ocasiones parecía una escalera con la que asaltar penosamente el cielo desde el infierno. En otras, una carrera hacia el despeñadero.

Nacida el 25 de marzo de 1974 en el poblado de La Cabuya, en la República Dominicana, su madre atribuyó el asesinato de Gabriel» al demonio» y a que ella estaba «loca». A los 18 años estaba en el Club de alterne El Piccolo de Burgos donde un camionero se enamoró de ella y la retiró. Tuvo una hija con él y cuando ésta tenía dos años, se trajo de su país a su primera hija, que ya tenía cuatro. Cuando llevaba tres meses en Burgos, la niña se precipitó por una ventana desde el séptimo piso mientras dormía. Ana Julia consiguió el alejamiento de su marido por malos tratos.

Conquistó a un empresario maduro enfermo de cáncer que murió poco después. Según los hijos, se hizo un aumento de pecho mientras el hombre estaba agonizando y la ponía de beneficiaria de un seguro de vida que finalmente cobró. El aumento de pecho lo tuvieron que pagar los hijos. Sedujo a un trabajador del Diario de Burgos con quien marchó a Almería dejando atrás a su hija, que prefirió quedarse con su padre. Pusieron un bar pero acabaron mal y ella se la juró hasta llegar a colocar la camiseta de Gabriel en el camino de su casa para incriminarlo.

Gabriel se le cruzó cuando intentaba convencer inútilmente al padre, su nueva pareja, de que se marchara con ella a República Dominicana donde presumía de haberse comprado una casa de lujo. Tras el asesinato de Gabriel, inevitablemente, cada uno de los pasos de su vida fueron analizados desde una nueva perspectiva en la que era muy difícil mantener la mirada compasiva hacia una joven inmigrante que había tenido que hacer frente a circunstancias muy dolorosas. Incluso se reabrió la investigación sobre las causas de la muerte de aquella niña «algo retraída» que duró apenas tres meses en España.

«Este tipo de personas utiliza a la gente, son capaces de desplegar su encanto aunque carezcan de empatía, y piensan a corto plazo. Qué comeré hoy, que pantalones me pondré la semana próxima. Nada a largo plazo que pueda alimentar remordimientos», señala el doctor De Santiago. «Va a cumplir las normas en prisión, va a ser educada, no va a plantear problemas y si se suicida, será para ganar la partida»..

«Elegirá a reclusas sobre las que ejercer su manipulación o que la puedan proteger de forma parasitaria, impulsiva e irresponsable», añade Díez de Baldeón. «Y que nadie dude de que, si le es útil, iniciará una nueva relación dentro o fuera de prisión. Hay personas que admiran a esta gente y las escribe. Aunque normalmente son mujeres. Ahí está el ejemplo de Miguel Carcaño», remacha el director de la Unidad de Análisis salmantina.

La peculiaridad de la prisión permanente revisable es que el periodo de cumplimiento de la condena es el que es. Sólo cuando haya cumplido 25 años de reclusión un Tribunal de oficio realizará un «juicio de pronóstico» cada dos años para tomar la decisión de dejarla en libertad o de prolongar su estancia hasta un máximo de 35 años. Se aplica cuando la víctima es menor de 16 años o es una persona especialmente vulnerable; en los asesinatos múltiples, en las violaciones en serie, en los delitos de genocidio…

Sin embargo, ni siquiera la prisión permanente garantiza que los condenados estén todo ese tiempo recluidos. Pasados 8 años, un tribunal tomará la decisión de si Ana Julia puede disfrutar de permisos, y pasados 15 años, de si puede progresar hasta un tercer grado que le permitirá pasar los fines de semana en libertad, o salir a trabajar todos los días. Algunos especialistas alertan sobre la facilidad de algunos presos para aparentar una evolución positiva. «El buen comportamiento no es definitivo para tomar una decisión», precisa Silvia Valmaña, diputada del PP que participó activamente en la reforma que introdujo la figura de la prisión permanente revisable. «En determinados delitos también se tiene en cuenta si hay aspectos que se pueden reactivar fuera de prisión; si va a haber un buen pronóstico fuera».

En cualquier caso, antes de todo este proceso, el Supremo, se tiene que pronunciar. Hasta el momento, lo ha hecho sobre dos de las 10 condenas a prisión permanente revisable. La primera fue revocada por una pena de 24 años y la segunda confirmada. Y hay que tener en consideración una posibilidad que echaría por tierra todas las hipótesis: si la prisión permanente fuese derogada por un gobierno progresista, todas las condenas se verían automáticamente modificadas por otras en beneficio del reo.

El abogado de Ana Julia Quezada, convencido de que su cliente «siente y padece como el resto de los mortales» insiste en que hay que tener en cuenta a la hora de difundir su trayectoria, que tiene una hija que también se ve afectada por lo que de su madre se cuenta y con la que antes o después tendrá que recomponer su relación.

¿Cree que eso será posible?, pregunto sabiendo que a ella le interesa tener un entorno familiar estable para facilitar su salida. «En este trabajo, se ven muchas cosas», responde abriendo la extravagante posibilidad, de que quien dentro de 25 años pase a recoger a Ana Julia por la puerta de la prisión, sea su hija.

Con información de El Mundo.es