Una cosa es teletrabajar de vez en cuando, una buena opción temporal o circunstancial, y otra hacerlo siempre.
El siguiente, es un articulo de SUSANA QUADRADO del periódico LA VANGUARDIA:
Pues nada, escribo aquí y ahora que a mi colega le asiste la razón de una santa.
El mundo está lleno de realidades imaginadas, y el teletrabajo es una de ellas. Servidora de ustedes se imaginaba que instalar la oficina en casa traería consigo muchas cosas buenas. Y saludables (no lo digo solo por el chocolate 85% cacao siempre a mano).
Conciliaría, si es que eso existe. Yupi. Me reconciliaría conmigo misma desde el minuto uno, en cuanto pudiera organizarme mi tiempo. Sin marmotear. Mejoraría la dieta, el cutis y de paso mis pulmones. Encajaría las renovadas jornadas laborales sin pronunciar un ay.
Qué privilegio, pensé, hacer y deshacer a mi antojo. Por fin podría experimentar esa especie de lentitud zen que debe percibirse desde el espacio al contemplar a los seres de la Tierra. ¿Y si probaba con los quince minutos de meditación diarios? A falta de una casa enorme, con terraza, eso.
Desde el rincón de la cocina, que has ocupado, ha sido triste averiguar que, o alguien nos lo explicó mal, o no aprendimos bien el sentido de los adverbios de tiempo. Una cosa es teletrabajar de vez en cuando, una buena opción temporal o circunstancial para salvar empleos en estado de alarma, y otra distinta teletrabajar siempre.
Descubres, oh maravilla, que empiezas antes la jornada y la terminas más tarde… O que no la terminas nunca. La cocina se confunde con un despacho. La mañana, con la tarde. El día, con la noche. Una jornada, con otra. Tú te confundes. Así llega ese mediodía en el que, no solo no te reconoces en una imagen saludable, sino que te ves montando la sección del diario mientras hierves pasta, con el cucharón en una mano y el móvil en la otra.
Si hay niños pequeños, la casa se convierte en un circo de cinco pistas donde tú eres el payaso, el domador y la fiera. Con las criaturas más creciditas, el problema surge cuando la wifi da muestras de estrés y se vuelve lenta, leeentaaa. Claro que la culpa nunca es del adolescente porque solo lee poesía inglesa del siglo XIX.
Se dice que las oficinas ya no volverán a ser lo que eran. Habrá aforos limitados, distancia de seguridad y confinamientos parciales. La nueva anormalidad (lo han leído bien, con la a) no parece muy atractiva. Una echa de menos el bullicio de la oficina, el no parar de los teléfonos, las reuniones resolutivas (de haberlas, haylas), los gritos de una mesa a otra, el ‘tú ya me entiendes’ con una simple mirada o con un gesto, las bromas ante la máquina de café… Sinceramente creo que con la dispersión física del personal se pierde talento colectivo, al menos en el periodismo, que es la antítesis de la actividad en remoto.
La pandemia ha dado al teletrabajo un valor inesperado, innegable. Pero existe el riesgo de que empresarios y jefes de personal, obnubilados por los ahorros que supone, erren y lo conviertan en permanente. Peor aún, que este revival derive en más falsos autónomos y más precariedad. Cuidado con la deconstrucción de empresas. Si a una tortilla le quitas el huevo, deja de ser una tortilla.