La pornografía era su vida. A los 14 años ya estaba atrapado en un mundo que le robó su paz y casi lo lleva a la locura. “Yo no dormía mirando revistas y programas de ‘frecura’ para satisfacer mi ‘necesidad’ morbosa”. De esta manera comienza su conversación con LISTÍN DIARIO el hombre que hoy tiene 32 años, una carrera universitaria exitosa y una hermosa familia compuesta por él, su esposa y tres hijos.

Fue uno de sus primos que lo introdujo a ese mundo que considera funesto. “Te digo que es así porque para mí lo fue. Lo que comenzó como un juego, terminó con sesiones psicológicas y hasta psiquiátricas que se extendieron por un largo tiempo. Yo comía poco y no dormía. A veces el sueño me vencía, pero era algo muy difícil”. Tampoco es fácil contarlo. Al hacerlo sus ojos se llenan de lágrimas porque admite que es la parte más triste de su vida.



Ataviado con un traje gris y sentado en una cómoda silla detrás de un amplio escritorio, Francisco, como se identificó, admite que, aunque es vergonzoso para él, quiso tocar el tema porque sabe que hay muchos niños, niñas, adolescentes, jóvenes y hasta adultos perdidos en ese mundo.

“Y quiero que quede claro, no solo son adolescentes y jóvenes los que están perdidos en la pornografía. Hay muchos ‘viejevos’ que ven en esta un estimulante sexual y no se dan cuenta del daño que se hacen, y que a veces hacen a otros con esto”, comentó. 



“No quiero que nadie pase por lo que yo pasé. Cuando yo salía a la escuela, era loco por llegar para ver esa porquería. Con el tiempo la tecnología me permitía caer más en el hoyo. No salía de la Internet, pero sin dejar de ver revistas y todo lo que permitiera estar en contacto con ese vicio, que es tan peligroso y perjudicial como la droga”. Al tocar este punto alega que tiene hijos y que se mantiene vigilante para que ninguno de sus pequeños pase por esto.

“MI MAMÁ ME DESCUIDÓ, PERO LUEGO ME AYUDÓ”

El trabajo de la madre de Francisco era muy demandante para ese entonces. Según él lo cuenta, ella creía que con comida, educación y ropa limpia y de calidad ya estaba cumpliendo con su papel. “Yo a veces la escuchaba decir: ‘mi hijo si es tranquilo, ese no sale de la casa’. No se daba cuenta que el peligro estaba dentro de la casa, que lo que tenía que hacer era buscar la forma de sacarme de esa habitación”. Esto lo dice con evidente dolor, aunque asegura, no le guarda rencor.

Cuando deja claro esta parte de que no tiene resentimiento, lo hace porque entiende que todo padre, que toda madre debe estar pendiente de lo que hacen y ven sus hijos. “De hecho, cuando la persona que le habló a usted de mi caso me comentó sobre tratar el tema, no me negué. Que es un tema engorroso, lo es, pero quiero que mi historia sirva para prevenir casos como el mío, más graves, o casos leves que pueden volver complejos”.

Pese a que esta cita la dice de forma enérgica, su voz se quiebra al mirar atrás y verse sumergido en mundo que le robó su adolescencia y parte de su juventud.

“Usted sabe por qué me pongo así, porque la persona adicta a la pornografía vive prácticamente sola, en su universo, mientras menos gente haya en la casa es mejor, y mientras menos sale más alimenta su vicio. Va a sonar grande esto, pero tengo que decirlo, el que tiene el vicio de la droga, al menos se junta con otros para comprarla y compartir la adicción, pero la pornografía como yo la vivía y como la viven muchas otras personas, te aísla, te lleva hacer cosas que atentan contra tu cuerpo y tu mente”. Respira aliviado de haber salido de esa “cárcel” que lo sentenciaba a la locura o a la muerte.

Su madre, a quien atribuye una gran responsabilidad, porque solo vivía con ella, fue también la persona que lo ayudó a “salir del hoyo”. “Se dio cuenta un día que yo ya vencido me quedé dormido y no respondía. Ella buscó la llave del cuarto, entró y vio todas las páginas virtuales de sexo que tenía abiertas, porque la tecnología me empujó aún más a esa práctica. No me despertó. Espero al día siguiente y me interrogó. “Me dijo: ‘ya yo sé porque es que no quieres estudiar ni salir, ni hacer nada’. Con mucho temple me advirtió ‘hoy mismo hago la cita para llevarte al psicólogo’. Así lo hizo y hoy soy un hombre libre de ese vicio, me gradué, y soy un buen ejemplo para mis tres hijos”. Esto pasó cuando Francisco tenía 19 años de edad y cinco con la adicción.

TRAS SUPERAR LA ADICCIÓN, SE CONVIRTIÓ EN UN HOMBRE DE PRINCIPIOS

“Haberme liberado de la adicción a la pornografía me ha convertido en un hombre más precavido, me ha hecho ser un buen esposo y un padre presente”. Satisfecho de lo logrado, Francisco, protagonista de esta historia, entiende que nunca es tarde para rehabilitarse de cualquier vicio que se tenga. “Es cuestión de admitir el problema, dejarse ayudar y hacer el esfuerzo para salir hacia delante”.

Esto lo dice porque no fue fácil el paso dado para superar la adicción. “El primer día que fuimos a terapia mi madre y yo, me dio mucha vergüenza. La psicóloga me dijo que no tenía que sentirme así, porque los jóvenes a veces caen en situaciones de esa índole y eso no quiere decir que han matado a alguien. Me dijo que yo estaba ganando en la solución por haber aceptado ir a la consulta. Me motivó bastante”. Es esta la única ocasión en la que Francisco saca su delicado pañuelo blanco con las iniciales de su nombre. La F del nombre que dio no estaba entre ellas.

Seca sus lágrimas y continúa este relato que cataloga como un aporte preventivo para que los padres y las madres estén más pendientes de sus hijos. Se para y se dirige hacia una neverita que tiene en la oficina y con cortesía dice: “¿Quiere un jugo, agua, té frío, o le pido un café? ¡Qué desatento soy yo!, no le había ofrecido nada y tanto que hemos hablado”. Sonríe y ante la respuesta de que no, de que todo estaba bien, insiste sin éxito. Regresa a su silla con un vaso con agua, toma un largo sorbo, y sigue su relato. “Soy un hombre afortunado. Dios, mi madre y los especialistas me ayudaron a enderezarme”. Calla por unos segundos.

LA REHABILITACIÓN

Cuando rompe el silencio, habla sobre el largo proceso que atravesó para poder liberarse de la adicción. “Al principio fue difícil apartarme de esas imágenes. Todo fue lento y eso me creaba mucha ansiedad, depresión, de todo… Ahí es que se decide combinar las terapias psicológicas con las farmacológicas, y entra a escena un psiquiatra, que es la persona que usted conoce y que nos puso en contacto.

Él me ayudó bastante a controlar esas emociones que me empujaban a volver a ver esas imágenes. Era nervioso que me ponía, temblaba, sudaba. Ufffff, me estaba volviendo loco”. En esta ocasión, respira profundo y señalando con el dedo índice toda su oficina, dice: “Y mire dónde estoy ahora, con un buen trabajo y siendo un hombre de principios”.

Es importante registrar que el protagonista de esta historia terminó el bachillerato a los 20 años porque producto de su “vicio” no avanzaba en los estudios. A los 21 y pico, se inscribió en la universidad como parte de la terapia que le daban los especialistas para “salir del hoyo”. Es durante el tiempo en que cursa la carrera que conoce a una chica e inician una relación que duró no más de seis meses. Más tarde, coincidió en una de sus materias con otra joven. “Nos entendimos desde el primer día. Nos hicimos novios, duramos casi tres años de amores, me gradué a los 26 años, y esperamos que ella también terminara y luego nos casamos. Al año tuvimos nuestro primer bebé, que tiene tres años, y hace un año nos convertimos en padres de unas hermosas mellizas”. Muestra su foto familiar, en la que también está su madre, y se queda contemplándola para cerrar con un: “En esta foto está mi vida, mi tesoro, mi mundo perfecto, el que quiero que logren otras personas que estén pasando por lo que yo pasé”. Concluye el hombre que de su padre solo dijo: “Debe andar por ahí”.

Fuente: Listín Diario