Los tatuajes están de moda en Corea del Sur, tras años relegados a los bajos fondos del crimen organizado. Pero la legislación no evolucionó al mismo ritmo que la sociedad, y los tatuadores ejercen su arte en la sombra.

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Los adeptos de los tatuajes, popularizados por los deportistas y las estrellas del pop, son cada vez más numerosos en el país, al igual que en el resto del mundo.

Pero en Corea del Sur, los tatuadores no tienen derecho a ejercer su profesión, ya que sólo los médicos en posesión de una licencia pueden realizar tatuajes.



«Entonces, si queremos un tatuaje, ¿tenemos que ir al hospital? Es totalmente absurdo», se indigna Jang Jung-Hyuk, propietario de «Tattooism», un salón de tatuaje situado en el centro de Seúl.

Las autoridades justifican la legislación por cuestiones de salud pública, incluida la necesidad de evitar toda propagación del virus VIH o de la hepatitis por agujas mal esterilizadas.

«Es invasivo. Se perfora la piel y sangra. Por eso consideramos que se trata de un procedimiento médico», explica una portavoz del ministerio de Salud Ahm So-Young.

– Zona gris –

El gobierno parece, sin embargo, estar dispuesto a evolucionar. En octubre, lanzó un estudio sobre la posibilidad de legalizar ciertos salones.

Entretanto, los tatuadores viven en una zona gris cercana al marco en el que se mueven las prostitutas: su actividad es ilegal, pero las autoridades cierran los ojos mientras no llamen la atención.

La mayoría de los salones están en subterráneos con puertas anónimas y las direcciones se comunican de boca en boca.

Jang Jung-Hyuk, de 42 años, tenía 20 años y estudiaba moda en Seúl cuando vio su primer tatuaje. Enseguida decidió que ese iba a ser su futuro.

«Nadie usaba dermógrafo en Corea en aquella época. Sólo estaban los criminales que se hacían tatuajes caseros con agujas que solían ser horrendos», cuenta.

El vínculo entre tatuaje y criminalidad era tan fuerte hasta hace poco, que el hecho de llevar un dibujo en la piel era motivo de exención del servicio militar obligatorio.

Jung-Hyuk viajó a México para aprender su oficio. De vuelta en Corea, tras varios años de formación, abrió su primer salón ilícito en un edificio de oficinas. No podía hacerse publicidad, así que se daba a conocer en internet con fotografías de sus obras y un número de teléfono móvil.

«Durante los tres primeros meses, tuve unos 10 clientes», recuerda. «Pero eran buenos tiempos. Sólo había 10 salones en Seúl, todos nos conocíamos y nos animábamos. Ahora es más competitivo».

– Libertad condicional –

Nadie se pone de acuerdo sobre el momento exacto en que el tatuaje se puso de moda. Muchos recuerdan, sin embargo, el momento en que el futbolista Ahn Jung-Hwan se quitó la camiseta tras una victoria contra Japón en 2003. Enseñó entonces un hombro con un tatuaje en el que proclamaba su amor por su mujer.

«Era una estrella y todo empezó allí», añade el tatuador. «De repente, hubo todos esos deportistas, esas estrellas de cine y esos cantantes de pop con tatuajes».

Hace cinco años, la policía irrumpió en su salón. Le impusieron una multa equivalente a unos 2.500 euros -2. 930 dólares- y le condenaron a un año de libertad condicional.

La legislación no cambió, pero los salones se siguieron extendiendo en la ciudad, y algunos, como el «Maverick» en el barrio de Itaewon donde viven muchos inmigrantes, se atreven incluso a poner carteles luminosos.

«Es una forma de resistencia pasiva», dice su dueño Lee Sung-Je. «Es mi manera de decir ‘Aquí estoy y hago mi trabajo».

Su clientela es representativa de todas las capas de la sociedad, asegura. Hay funcionarios y también ejecutivos de empresas tan rígidas como Samsung. Estos últimos «eligen a menudo tatuajes que se pueden tapar fácilmente», explica Sung-je.