La muerte separó tan solo unas horas a una pareja de esposos después de 72 años de matrimonio. A sus 106 años falleció el pasado viernes en Barranquilla Víctor Herrera de la Espriella y en la madrugada del día siguiente lo hizo Ángela Iranzo Salas, de 94 años.

Víctor Herrera falleció el viernes. Su amada, Ángela Iranzo, lo acompañó horas más tarde.

Los padres del actual alcalde del municipio de Soledad (Atlántico), Joao Herrera Iranzo, y abuelos del secretario de Deportes de Barranquilla, Joao Herrera Olaya, padecían serias complicaciones de salud, normales en su avanzada edad.



‘Viti’ y ‘Lilla’, como se decían de cariño, cumplieron con la premisa de no vivir con alguno de sus ocho hijos, entre ellos el locutor Lao Herrera y el periodista Víctor Herrera, hasta que los achaques comenzaron a afectar sus organismos, lo cual causó que ambos tuvieran que ser hospitalizados en habitaciones contiguas.

“Ellos siempre nos decían que querían vivir solos. Ella le seguía cocinando, le preparaba el desayuno, el almuerzo, la comida. Siempre lo estuvo atendiendo”, manifestó Joao Herrera Olaya, uno de sus 32 nietos.



Ángela Iranzo Salas era hija de un español que vivió en una guarnición española en Cuba, de hecho, ella nació en La Habana. Víctor Herrera de la Espriella, por su parte, fue un docente y destacado personaje de la radio, una de las voces más connotadas de la capital del Atlántico.

El alcalde de Soledad, Joao Herrera Iranzo, a través de su cuenta de la red social Twitter, agradeció los mensajes de condolencia.

Aunque ella fue hospitalizada primero, él partió antes

Cuentan los familiares de la pareja que primero fue Ángela quien comenzó a registrar quebrantos de salud, por lo que fue necesario hospitalizarla. Esta ausencia fue notada de inmediato por su esposo, quien a toda hora preguntaba: «¿Dónde está Lilla?».

La mujer fue dada de alta y regresó a casa, sin embargo, tuvo que permanecer en una cama hospitalaria. Luego fue don Víctor quien tuvo que ser hospitalizado y ahora el mismo cuestionamiento se hacía su mujer: “¿Dónde está ‘Viti’?».

Finalmente, Ángela tuvo una recaída y fue llevada a la clínica, pero lo primero que hizo a su llegada fue ir a ver a su esposo.

Tras la muerte de él, a las 5:30 p. m. del pasado viernes, una nieta le dio la noticia a la mujer, quien por su estado no podía hablar, pero recurrió a apretarle la mano como símbolo de haber entendido la pérdida de su esposo.

No más de seis horas pasaron para que la muerte volviera a unirlos, esta vez para la eternidad.

“Estas son cosas de Dios. Vivieron juntos, se fueron juntos y juntos descansarán los dos”, puntualizó Joao Herrera Olaya.

“Mis bellos viejos se pusieron de acuerdo para irse juntos, ni la muerte los pudo separar. Gracias, Dios, por ellos”, comentó por su parte, Joao Herrera Iranzo, actual alcalde de Soledad.

El periodista y locutor Lao Herrera Iranzo publicó en su cuenta de Facebook un registro fotográfico de lo que fue el último beso de su padre a su madre:

“El último beso de mi padre a mi madre. La parca los unió en la eternidad y rompieron el paradigma de ‘hasta que la muerte los separe’. ¡Qué amor tan bello! Setenta y dos años de matrimonio, siempre juntos hasta en la muerte. Gracias, Padre Santo, por haberme dado por hijo a un par de santos. No tendré con qué pagarte nunca este regalo del cielo. Se fueron los dos el mismo día”, escribió el comunicador.

Las exequias de la pareja fueron en el camposanto Jardines de la Eternidad, entre Barranquilla y Puerto Colombia (Atlántico).

Homenaje familiar

EL TIEMPO reproduce a continuación un escrito de homenaje redactado por los familiares de la pareja.

Una vida de enseñanzas a punta de proverbios

Escrito-homenaje consolidado por Roque Herrera M., con los valiosos aportes de sus hermanos Joao, Lao, Víctor, Iván, Zegher, Esteban y Rafael.

El amor y la muerte son engendros de la suerte…

El ‘Viti’, como familiarmente lo llamaban en recuerdo de un célebre torero español, se pasó gran parte de sus 106 años enseñándoles, a través de refranes y dichos populares, a sus ochos hijos, a los centenares de alumnos del Codeba y de las clases empresariales en el Sena y a los miles de oyentes de sus célebres efemérides (‘Un día como Hoy’), en el ‘Radioperiódico Informando’, del inolvidable periodista barranquillero Marcos Pérez Caicedo.

Sus proverbios los construía a partir de una ingeniosa mezcla de pensamientos de su cosecha personal, de lo que escuchaba en las calles y de un religioso hábito cotidiano de leer todo lo que cayera en sus manos: libros de los más variados autores y periódicos de todo el país (El Heraldo, El Colombiano, La Patria, El Occidente, etc.), que conseguía en el centro de Barranquilla.

Esos proverbios y refranes eran sabios consejos que ponían a pensar y se ajustaban como anillo al dedo a las circunstancias que vivían los que lo oían, ya sea en su casa, en sus equipos de radios o en las calles de la Arenosa de las décadas del 70, 80 y 90.

A las personas que sufrían, los motivaba diciéndoles: «El arte de vencer se aprende en las derrotas»; “triunfar es ir de derrota en derrota sin perder el entusiasmo”; “solo se progresa padeciendo”; “el placer siempre se encuentra unido al dolor”; “las dificultades tienen un poder didáctico inigualable, pues todo lo que el hombre sabe se lo debe a las épocas de crisis”, y “un año de adversidad enseña más que cinco años de universidad”.

También estimulaba la solidaridad expresando: “Muchas veces ayudando a los demás nos ayudamos nosotros mismos” y “para ser feliz hasta cierto punto, hay que haber luchado hasta el mismo punto”.

A los líderes familiares, sociales o empresariales los adiestraba exhortando: “Donde hay un carácter hay un camino, donde no hay un carácter… todo está perdido”.

A los jóvenes, durante sus clases, los aconsejaba para fortalecer su personalidad insistiendo en los valores: “Si la mala fama mata, la buena fama sana”; “la soberbia precede a la caída”;»hay que huir de las almas castigadas”. También les decía que no se autoengañaran, pues “la belleza de nuestros ídolos, muchas veces están en los ojos de sus creyentes”; «al mal hijo, Dios no le permite gozar lo que consigue”, y “al mundo puedes engañarlo, pero a la conciencia nunca”.

Sus dichos realistas con erudición pregonaban: “Muchas veces somos felices sin siquiera sospecharlo”; “más sabe el loco en casa propia que el cuerdo en casa ajena”; «muchas veces el ciego se aparta del abismo en que cae el clarividente”; “nadie es feliz con el consentimiento ajeno”; “por buscar las cosas inciertas perdemos las ciertas”, “qué bella apariencia tiene la mentira”; “ los hombres no vivirían mucho tiempo en sociedad si no se engañaran unos a otros”, “si quieres engañar al mundo diles la verdad”, etc.

Admiraba la gente culta, pues se percataba de que en muchas ocasiones “más tiene el rico cuando empobrece, que el pobre cuando enriquece”.

Sus sabios refranes no escapaban de nuestros males modernos. De la corrupción, mal endémico de nuestro país, mencionaba picarescamente: “Administrador que administra y enfermo que hace gárgaras… algo tragan”. De los defectos o vergonzosas embarradas de ciertos miembros de la familia o de la empresa expresaba lo que termina ocurriendo muchas veces: “En algunas dolorosas ocasiones, lo que no ha de ser bien castigado… ha de ser bien disimulado”.

Acerca de los desplazados de la violencia siempre citaba frases del libro que más admiraba: ‘Los Miserables’, de Víctor Hugo, de donde nos leía profundos aspectos psicológicos en cuanto a lo que significa ser un desarraigado: “El náufrago no escoge puerto…va adonde lo llevan las olas”.

Solía expresar refranes cubanos llenos de picardía que invitaban a reflexionar: «Un jesuita y una suegra saben más que una culebra”; “feliz y bien casado… sin suegra ni cuñado”; «el matrimonio ideal es una mujer ciega con un marido sordo”; “en nuestra época, las canas ya no se respetan, sino que se tiñen”.

En fin, fueron decenas y decenas de profundas reflexiones que hasta sus últimos años trasmitió y que hicieron que la mujer con quien amorosamente compartió hasta los últimos días de su vida, Ángela ( ‘Lilla’), confesara que una de las cosas que más le habían hecho perpetuar su amor por el ‘Viti’ fue “su propósito permanente por aconsejar a los jóvenes”.

Coincidencial y misteriosamente, quizá por designios de Dios, los corazones de ‘Viti’ y ‘Lilla’ dejaron de latir el mismo día, 17 de febrero de 2017. Él, a los 106 años; ella, a los 94. Definitivamente se cumplió lo que él tanto  repetía: “El amor y la muerte son engendros de la suerte”.

Fuente: Eltiempo.