Qué edificante resulta rodearnos de personas que cuando hablan nos hacen crecer espiritualmente, porque sus palabras emanan de un corazón puro lleno de amor, dispuesto a hacer el bien, donde cada palabra resulta una melodía que resuena en nuestro interior dejándonos una impresión imborrable.

Por eso debemos guardar nuestro corazón, porque lo que hay en él es lo que va a hablar. Si no lo cuidamos, nuestras palabras dañaran y herirán, dejando marcas para siempre. Muchos hogares son un reflejo de esta situación, donde esposos(as), hijos(as), sufren constantemente por palabras que salen de un corazón lleno de rencor, amargura, resentimiento, rechazo, provocando la destrucción conyugal y familiar.



No cerremos nuestros ojos, y reconozcamos que si nuestras palabras están haciendo daño, nuestro corazón debe ser sanado, sumergiéndolo en la presencia del Altísimo para oír la voz de Dios. Esta nos enseñará a hablar. El cambio será sorprendente, y las palabras que usábamos por costumbre Él las borrará, reemplazándolas por Sus palabras, las cuales están llenas de vida para edificar.

Por la pastora Montserrat Bogaert/ Iglesia Monte de Dios