¿Se ha preguntado alguna vez qué clase de personas quiere Dios que seamos? La personalidad, el talento y las destrezas individuales difieren, pero las Sagradas Escrituras revelan cualidades básicas que el Señor desea para cada uno de sus hijos. Entre ellas el que animemos a otros (1 Ts 5.11). Aunque este trabajo no suele ser un ministerio de la iglesia, es muy valioso entre los creyentes.

La vida cristiana no es de aislamiento e independencia, sino de relación e interconexión. Por eso la Iglesia es el Cuerpo de Cristo. Estamos unidos unos a otros en Él, y por tanto caminamos juntos. Si bien es cierto que algunos somos más extrovertidos que otros, todos podemos expresar nuestro aliento de una manera especial. Nunca subestime el efecto que pueden tener las palabras sensibles, un buen consejo o una acción bondadosa.



Piense en las pruebas que ha enfrentado, y en todo lo que Dios le ha enseñado; la fidelidad y el cumplimiento de las promesas de Dios pueden ser usadas para alentar a otra persona. Si desea que Dios le use, esté atento a las personas que Él ponga en su camino, y esté dispuesto a ayudarlas, incluso cuando no le resulte conveniente. Ore al Señor por sabiduría, y Él le ayudará a saber qué decir o hacer.

El discipulado es una responsabilidad maravillosa y gratificante. Pero para ayudar a otros necesitamos alimento espiritual continuo. Las meditaciones devocionales de este mes son un excelente recurso para el crecimiento diario. Y compartir lo que descubra es la manera de comenzar a discipular a otros.



Fuente Encontacto.org