Cuando éramos niños en la escuela, la mayoría preferíamos disfrutar de paseos a tener que sentarnos en el aula. Sin embargo, cuando se trata de la vida cristiana, preferiríamos aprender las lecciones de la vida por medio de la Biblia, a tener que experimentar cualquier prueba. Pero la verdad es que hay algunas cosas que aprendemos mejor a través de la experiencia.

Aunque las pruebas no sean siempre resultado del pecado, sí juegan un papel correctivo. El Padre celestial puede usarlas para llamar nuestra atención a pecados que hemos tolerado, pasado por alto o aceptado. Estos pueden ser hábitos, actitudes, actividades o cualquier otra cosa que no sea lo mejor de Dios para sus hijos. No importa cuán trivial pensemos que sea, ningún pecado debe tener lugar en la vida del creyente.



En otras ocasiones, el Señor puede estar indicándonos que debemos apartarnos de algo que aunque no sea pecaminoso sí nos impide alcanzar el potencial que Dios desea —tal vez una relación, metas y ambiciones personales, un trabajo o el lugar donde vivimos. Podría ser un recordatorio para que hagamos de Él nuestra prioridad, para que podamos conocerlo y amarlo más.

Si nunca tuviéramos problemas, continuaríamos en lo que es cómodo, fácil y agradable, pero terminaríamos perdiendo lo mejor que Dios tiene para nosotros. Por eso el salmista dijo: “Me hizo bien haber sido afligido, porque así llegué a conocer tus decretos” (Sal 119.71 NVI). Cualquier dificultad que nos lleve a Dios y a su Palabra es buena para nosotros. Es así, porque lo que ganamos al conocer al Señor vale mucho más que toda la riqueza, todo el poder y toda la fama que el mundo pueda ofrecernos.



Fuente Encontacto.org