Las bendiciones de Dios son tan ricas y abundantes que debemos evitar amarlo solo por lo que nos da. Él es la pasión más grande de la vida del creyente, razón por la cual debemos darle el primer lugar sobre las pertenencias, el trabajo e incluso la familia.

Sin embargo, algunas personas no se dan cuenta del verdadero mensaje de Salmo 37.4, porque se enfocan solo en la parte que parece decir que pueden recibir todo lo que deseen de Dios. Es importante notar que el requisito que acompaña a esa promesa es la devoción a Él: “Deléitate en el Señor; y Él te concederá los deseos de tu corazón” (énfasis añadido).



Aunque Dios “nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos”, ellas nunca deben tomar el lugar de nuestro deleite en Él (1 Ti 6.17). Por ejemplo, Dios me ha permitido viajar y fotografiar algunos lugares hermosos, pero sé que la clave para disfrutar de la vida es deleitarme en Él por encima de todo. El lugar legítimo de Dios es como Señor de nuestra vida; darle cualquier otra posición que no sea esa, nos pone en riesgo y lo deshonra a Él.

El corazón humano es egoísta por naturaleza, y si Dios no es nuestra prioridad absoluta, es probable que busquemos bienes y placeres terrenales. Pero cuando Él es a quien más amamos, tales ansias son reemplazadas por deseos que se apegan a su voluntad y a su propósito para nosotros.



Aunque David enfrentó grandes tragedias y angustias, comprendió que un corazón dedicado al Señor también conoce el deleite y la bendición. Tome en serio sus palabras, y deje que el Señor se convierta en la prioridad absoluta de su vida. Descubrirá que conocerlo es el deleite más grande.