¿En algún momento has querido dejar tu trabajo? No cambiarlo por otro, no. Me refiero a dejarlo para dedicarte «a lo tuyo» sea lo que sea «lo tuyo», incluso siendo nada. Abandonar tu actividad laboral solamente para respirar, para sentir que cambias los rácanos momentos de tiempo libre por tener esa sensación de ser libre todo el tiempo.

Hablo de poner fin a una relación que te proporciona un sueldo a la vez que te brinda seguridad estabilidad, aunque para ti cada vez sea menos importante todo eso o, como mínimo, ya no te compense como solía hacerlo. Sí, puede que estés contemplando estos paisajes. Entonces, también es posible que hayas oído hablar de La Gran Renuncia, un nuevo fenómeno social que está poniendo en guardia a los mercados.



Abandonarlo todo para tener esa sensación de ser libre todo el tiempo.

¿De qué se trata? Sencillo, básicamente son personas que… eso, renuncian. ¿Por qué? O, mejor dicho, ¿para qué? Para vivir de otra manera. Más acorde a sus sueños, deseos; expectativas. Dicen ‘no’ a lo que se supone que deberían decir sí para construir(se) otro modelo de vida, otro tipo de relación con su existencia en la que el trabajo no sea el centro de todo: del horario, de los agobios, de la retribución económica, social y hasta de los insomnios y fiestas de Navidad. Ya sabes, están locos, locas. Insensatos dispuestos a vivir con menos para, al menos, poder vivir.

Y las empresas, ¿qué dicen?

Por otro lado, tenemos al mundo empresarial. Preocupado, tratando de reaccionar. Aquí y allá florecen planes de conciliación. En cualquier rincón se habla de la importancia de la salud mental o el bienestar laboral e, incluso, suena un nuevo cargo: El ‘Chief Happiness Officer’, es decir, aquella persona que se va a hacer cargo de la felicidad en la oficina.



Por ejemplo, los accionistas, según indican las tendencias, están dispuestos a invertir en aquellas empresas que consiguen retener y atraer talento, por delante, incluso, de las que «solamente» son capaces de ganar nuevos clientes. Suena… ¿cómo? ¿A revolución? Puede ser, es posible que nos encontremos en los albores de una revolución que al mismísimo Marx le hubiese dejado atónito, anonadado.

No es de extrañar, esta batalla no nace de las entrañas de la injusticia que representa el rendimiento del trabajo. En el foco no está ni la capacidad productiva ni la fabricación de «cosas», sino la realización de uno mismo. La plusvalía no es la diferencia entre lo que se esfuerza el trabajador y lo que gana, no está en esta distancia sino en que el trabajador se ha alejado del propósito de aquello que está produciendo, sea un bien o un servicio. Es decir, ¿para qué hago este vaso? ¿Cuál es la importancia en el mundo de estar picando este código?

Pero ¿acaso las empresas no están en la era del propósito? ¿Acaso no se esfuerzan y ponen su desempeño en ser negocios conscientes? ¿Buenos para el planeta, las personas y, claro, también los mercados? Sí, eso está sucediendo y es de celebrar. Se habla del reseteo del capitalismo, de convertirlo en parte de la solución y no del problema. Incluso cada vez más estamos viendo ejemplos de lo que se llama activismo de marca, donde altos dirigentes de grandes corporaciones se comprometen con causas sociales, medioambientales… éticas.

¿Entonces? ¿Cómo se alinean todos estos conceptos? Tengo la sospecha que podremos hacerlo desde cada uno, desde el interior, desde nuestro ser. Me explico. Primero tú (y yo). Encontrando y escribiendo, como si de una constitución se tratara, nuestro propósito de vida, lo que el maestro Francesc Miralles desarrolla en el ikigai. Esa será tu brújula interior, tu medida de todas las cosas, la razón por la que habitas este planeta, aquí y ahora.

La manera que tienes de expresarte y desarrollarte. Y sí, cuando tengas esto, cuando lo hayas encontrado, deberás estar seguro de que todas tus acciones están en sintonía con ese propósito. Pongamos que tu ikigai está relacionado con ayudar a los más necesitados, pero dedicas más de ocho horas al día en una empresa en la que su única obsesión son los beneficios económicos. ¿Qué sucederá? Un despropósito, sucederá. No estarás bien. Malestar en lugar de bienestar, por más dinero que ganes estarás vacío, pesado y con el alma pálida.

Pero si consigues poder desarrollar tu propósito de vida en tu lugar de trabajo, conectar ambos, que los dos rimen en consonante, avanzarás en tu propia historia y harás que tu propia historia cambie. Y si no, pues a lo mejor sí, deberás renunciar. ¿Otra empresa? Tal vez. ¿Emprender? Por qué no. Y ya que estamos hablando de renunciar…

Sí, le llamamos Gran Renuncia, pero también le podemos llamar la Gran Afirmación, porque en muchos casos, estos cientos de miles de personas que están renunciando a renunciar. A la vida. A sí mismos. Como seres humanos se quieren hacer cargo de su ser para tener una existencia auténtica. Sí, hay un gran sí, detrás. Y esas son buenas noticias.

Porque nos obliga, como personas, a pensar, a decidir, a saber que no podemos dejar la responsabilidad de nuestra búsqueda de propósito a una empresa. También nos obliga como sociedad a avanzar, a desplegarnos en la Tierra de otra manera, más respetuosa, más amable… ya no con la naturaleza, que por supuesto, sino con nuestra propia naturaleza, que esa también sufre de cambio climático.

Sí, puede que dependa de nosotros y no, no creo que podamos renunciar a ello. Porque, seamos sinceros, el trabajo, en nuestra narrativa mítica, es un castigo de Dios. Nos expulsaron del Paraíso con la carga de tenernos que ganar el pan con el sudor de nuestra frente. ¿No? Aunque, para los menos creyentes, puede valer la propia etimología de la palabra trabajo; es demoledora. Significa, literalmente, tres palos, y era un mecanismo de tortura en el que se castigaba a los reos. ¡Ay! Las palabras, cuánto nos revelan.

Pero este no es el caso (o no es solo el caso), lo importante es que, armados de propósito, podemos encontrar una actividad central en nuestra vida que nos llene, nos eleve, nos satisfaga, nos haga felices. ¿Y cómo me gano el pan? Bueno, volvamos a eso del ‘Chief Happiness Officer’. ¡Felicidad! También nos puede ayudar el origen de esta palabra. Significa fértil, fecundo. La felicidad hace que florezcan las oportunidades, que estemos asentados en un territorio que dé sus frutos. Obviamente todo propósito necesita un plan y un desarrollo, pero no es menos obvio que un plan sin un propósito no se puede desarrollar. Muere en mitad de la nada. De lo inauténtico.

En definitiva, parece que estamos en frente de una nueva era en la que, para seguir avanzando como sociedad, ya no nos vale lo que nos ha llevado hasta aquí. No es que antes fuera malo, es que ahora debemos buscar nuevas formas, nuevas maneras de avanzar y, para ello, para avanzar, digo, siempre es bueno saber a dónde queremos llegar y cuál es el propósito que nos empuja… o nos inspira.

 

Sobre el autor de este artículo 

Gabriel García de Oro.

Gabriel García de Oro es licenciado en Filosofía por la Universidad de Barcelona y coach certificado por la International Coaching Federation. Ejerce como director creativo ejecutivo & strategy advisor en Ogilvy Barcelona, y compagina su profesión con su faceta de escritor de literatura infantil y juvenil, así como libros de no-ficción. Su pasión por la escritura y las historias le ha llevado a ser cofundador de Fantástica Storytelling School, la primera escuela dedicada a la formación integral de storytelling orientada a la transformación de personas y negocios. Además, colabora en talleres y seminarios acerca de creatividad y narrativa en distintas universidades y escuelas de negocios.