Cuando se transita por la Plaza de la bandera entre 7 y 8 am y 5:20 y 6:30 pm, de manera obligada se llega a la conclusión de que los ingenieros viales que participaron en la construcción de dicha Plaza no tomaron en cuenta la confluencia que hace en la misma la Autopista 6 de Noviembre con todo el tránsito proveniente de la región sur del país y la Av. Luperón, que recoge una buena parte del tránsito que procede de la región norte y nordeste.

En horas de la mañana, en la Autopista 6 de Noviembre, desde, la intercepción con la calle Isabel Aguiar, la fila de vehículos, con frecuencia alcanza hasta la estación del peaje, que está ubicada a unos 600 metros del lugar, con la lógica desesperación de las personas que intentan llegar a tiempo a sus lugares de trabajo y los ensordecedores ruidos del toque desesperado de las bocinas de los automóviles.



Indica Domingo Peña que rodear parcialmente la Plaza de la bandera en las horas ya señaladas constituye una verdadera odisea. No es de extrañar que la velocidad del tránsito en las horas pico en la Av. Luperón desde la autopista Duarte y viceversa hacia la bandera no suele superar los 5 km por hora y el tapón que se forma con los vehículos que circulan por la Av. 27 de Febrero es bestial, elevando la frecuencia cardiaca de los conductores en un 20%, según ha sido demostrado en estudios de investigación.

Lo penoso de todo esto es que se trata de un mal conocido con minuciosidad, que ha sido estudiado por el Ministerio de Obras Públicas en más de una ocasión e incluso se ha llegado a informar que ya fueron diseñados los planos para la solución vial de ese desastre. Y más aún, al menos en una ocasión se llegó a anunciar con fecha el inicio de esos trabajos, con lo cual no se cumplió.



Parece evidente que la solución de ese grave problema vial resulta costosa y, en consecuencia, ese detalle, aunado al hecho de que no sería una obra de relumbrón, parece no haber motivado a los ejecutivos de los gobiernos de los últimos años a enfrentar la situación de una vez por todas.

Pero es mucho el tiempo que se pierde para rodear la glorieta de la bandera en un sentido u otro y muchos los miles de galones de combustibles que podrían ahorrarse si se soluciona la situación. A eso hay que añadir, quiérase o no, que también se evitaría el terrible ruido de las bocinas y los frecuentes insultos voceados por desaprensivos a los conductores que consideran no ágiles.

El problema es que los presidentes cuando viajan al sur o norte del país no lo hacen por la vía terrestre y no padecen la amarga experiencia de tener que bordear la Plaza de la bandera en una hora pico. En consecuencia, no se enteran del desastre o se hacen los desentendidos. Otra posibilidad es que el Ministro de Obras Públicas y Comunicaciones no le comente nada, previendo que su interés fuese mal interpretado.

Sean cuales sean las razones creo que ya es tiempo de que nuestras autoridades se quiten la venda con la que voluntariamente se cubren los ojos y se dispongan a resolver ese grave problema vial que diariamente afecta a miles de ciudadanos dominicanos,

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