En 1980, un director sudafricano quiso hacer una película sobre un bosquimano del Kalahari. Decidió conseguir algo real, así que fue a Namibia y se encontró como un auténtico bosquimano del Kalahari. Su nombre era Gcao Tekene. Aunque en su idioma se llamaba “N!xau #Toma«.

La película se llamó «Los dioses deben estar locos«. Y fue el mayor éxito financiero que jamás haya tenido una película sudafricana: generó la friolera de 200 millones de dólares en ganancias y se hizo con un presupuesto bajo. Por supuesto, hubo que pagar al Sr. Tekene por su contribución.



El director sí le pagó a él, un simple cabrero, por su papel. Al Sr. Tekene le pagaron 300 dólares por su papel. Trescientos dólares por su papel en una película que hizo ricos y famosos a su director y a sus compañeros de reparto. Caminó hacia el atardecer y, según cuenta la historia… dejó que a los billetes se los llevara el viento: Tekene, un cabrero del desierto, tenía poco conocimiento del valor del dinero.

En 1989, se hizo una secuela y esta vez Tekene había mejorado un poco; esta vez recibió medio millón de dólares en compensación.



Tekene vivió otros quince años y murió en 2004. Con su medio millón construyó una bonita casa para su esposa y sus seis hijos. Consiguió fontanería, un baño adecuado y un coche, con conductor, ya que no veía ningún sentido en aprender a conducir.

Rápidamente se quedó sin dinero y fue demasiado generoso con varios amigos y familiares. Al final, Gcao Tekene se convirtió en un hombre increíblemente conocido, con un rostro conocido en todo el mundo. Pero nunca obtuvo la riqueza que normalmente acompaña a tanta fama