Los celos son un sentimiento peligroso. Son un veneno para el creyente, porque abren el corazón a otros sentimientos y actitudes pecaminosas. En consecuencia, deben ser tratados con rapidez, antes de que tengan la oportunidad de echar raíces.

Los celos del rey Saúl distorsionaron tanto su mente que, al final, se convirtió en un ser amargado que destruyó su relación con David. El problema comenzó cuando el pueblo alabó a David más que al rey, diciendo: “Saúl ha matado a sus miles, y David a sus diez miles” (1 S 18.7). El rey comenzó a desconfiar y a buscar indicios de que David podría intentar destronarlo. Aunque Saúl nunca encontró ninguna evidencia real, su mente nublada confundía cualquier éxito en la vida del joven soldado como una razón para sentir celos.



Su amargura y temor empeoraron hasta que estuvo dispuesto a quitarle la vida a David solo para tranquilizar su mente. Nunca podríamos ir tan lejos como Saúl, ¿cierto? No esté tan seguro. Los celos son un sentimiento poderoso, y uno no puede decir qué podría hacer una persona si les diera rienda suelta. Por eso es importante lidiar con los celos tan pronto como nos demos cuenta de ellos. Primero, cada quien necesita examinar su propio corazón y determinar si hay alguien que provoque sentimientos de desconfianza, amargura, hostilidad o resentimiento. Entonces, debemos someter en oración esos sentimientos al Padre celestial.



Los celos y el resentimiento son sentimientos venenosos que no corresponden con quienes somos como hijos de Dios. Incluso un poco de veneno puede ser peligroso, y albergar tales actitudes durante cualquier período de tiempo es demasiado tiempo.

Fuente Encontacto.org