Por ELRENA EVANS: Cuando una fractura de codo requirió que llevara a mi hija de siete años a la sala de emergencias, llamé a una amiga de la iglesia para ver si podía quedarse con mis otros cuatro hijos. Me dijo que sí podía. Cuando llegué tarde a casa esa noche con mi hija enyesada, mi amiga me dio una actualización del día:

“Lo pasé muy bien con tus hijos”, dijo. “En verdad fue encantador. Tuvimos una conversación maravillosa durante la cena”.



Esto me sorprendió. Algunos de mis hijos tienen necesidades especiales, y todos mis hijos son bastante peculiares. Ser buenos conversadores durante la cena no es algo que suelo escuchar sobre ellos.

“Eso es increíble”, le dije. “Por lo general, la hora de la cena en nuestra casa es un barullo de niños corriendo medio vestidos y trepando a la mesa”.



Mi amiga pensó por un momento. “Bueno, supongo que eso también pasó”, dijo. “¡Pero hablamos de tantas cosas interesantes mientras comían y se trepaban a la mesa! Me divertí mucho”.

Necesitaba escuchar lo que mi amiga me dijo ese día. Pasar demasiado tiempo en compañía de aquellos que se concentraban en el alboroto en vez de en la alegría, tal vez había empezado a apagar mi aprecio por el salvaje y maravilloso jolgorio que es mi familia.

Sí, mis hijos estuvieron trepando durante la cena. Pero también tenían cosas interesantes que decir. Mi amiga eligió ver esto último como más importante. Al ver lo bueno primero, reforzó para mí, ¡y para mis hijos!, que la belleza de la vida en una familia no siempre se encuentra en el orden y los buenos modales en la mesa.

Mi amiga vino cuando la necesitaba, vio a mis hijos en toda su cruda y caótica hermosura, y aun así se deleitó con su compañía. Y ella me ayudó a redescubrir esa delicia, también.

Fuente Encontacto.org